Con la proliferación del acceso al internet y de los medios de comunicación digitales, el interés por el emprendimiento ha causado un furor sin precedentes. Luego de su muerte, Steve Jobs (fundador de Apple) fue honrado, como héroe, por millones de personas alrededor del mundo. Lo consideraron un visionario por los productos cuyo diseño y comercialización lideró. Jack Ma (fundador de Alibaba) y Mark Zuckerberg (fundador de Facebook) son constantemente invitados a participar en foros con los ejecutivos y políticos más importantes del mundo, debido al espectacular éxito de las organizaciones que fundaron.
El emprendimiento, además, parece tener retornos sociales espectacularmente deseables. En Estados Unidos, los emprendimientos que reciben inversiones de fondos de capital de riesgo (venture capital) son menos de 1% de todos los negocios empezados en ese país por año, pero contribuyen desproporcionalmente al dinamismo económico, creando el 11% de los trabajos del sector privado. Además, generan ingresos equivalentes a un increíble 21% del PIB, luego de recibir inversiones que representan tan solo el 0.2% de este indicador. Todas las ciudades que mínimamente planifican su visión a futuro quieren ser “el próximo Silicon Valley”. Algunos lugares como Londres, Singapur y Tel Aviv se han convertido en verdaderos ecosistemas de innovación y motores de desarrollo de sus respectivos países.
El economista Israel Kirzner definió el emprendimiento como la constante creación y búsqueda de oportunidades previamente insospechadas. Sin embargo, hay oportunidades que no son deseables que sean aprovechadas. Por ejemplo, un robo exitoso implica la existencia previa de una oportunidad explotada por un ladrón: una casa no vigilada o un transeúnte distraído. Una prebenda otorgada por un político a un gremio o empresa implica la existencia de una oportunidad de tráfico de influencias para una posible reelección o simplemente peculado. El famoso y tan vilipendiado “juega vivo” parece ser, en esencia, una predisposición cultural a explotar oportunidades –de dudoso contenido ético y legal– que surgen en el día a día. ¿No es esta actitud la materia prima misma del emprendimiento?
Un excelente recuento histórico sobre el emprendimiento, publicado en 2010 por la Fundación Kauffman (The Invention of Enterprise), parece sugerir esto último. El estudio distingue entre emprendimiento redistributivo y el productivo. El redistributivo –en su mayoría indeseable– como el robo, la búsqueda de prebendas políticas, la guerra, e incluso el más familiar “juega vivo”, han dominado gran parte de la historia humana. No fue hasta que actividades emprendedoras productivas –principalmente comerciales– adquirieron alto valor social, que se desató el crecimiento económico. La economista Deirdre McCloskey explica los pormenores de ese cambio cultural en su libro Bourgeois Dignity.
Es común oír que en Panamá falta espíritu emprendedor. Después de todo, sin negar la existencia de negocios muy exitosos, los emprendimientos que han crecido de forma exponencial en nuestra región son contados con las manos. Surge entonces la duda de si lo que ocurre es que tenemos relativamente más del tipo redistributivo que productivo. Si esto fuera así, ¿cómo podríamos aumentar el valor social relativo del emprendimiento productivo sobre el redistributivo?
Una pequeña, pero quizás transformadora solución parcial, es el activismo ciudadano diario. Más que lamentarnos y la actitud negativa del “juega vivo”, ¿no podríamos todos beneficiarnos al creativamente promover su reenfoque en emprendimiento productivo? En vez de limitarnos a censurar al amigo que confiese que ha coimeado a un burócrata para acelerar un trámite, ¿no podríamos además incentivarlo a que se pregunte cómo utilizar la tecnología y la creatividad empresarial productiva para que todos los trámites sean más céleres? El “juega vivo” podría ser una bendición disfrazada de maldición si tan solo cada uno de nosotros contribuyera a enaltecer el valor social del emprendimiento productivo, participando o alentando la búsqueda soluciones a problemas y la creación de valor, en vez de redistribuciones de favores. Quién sabe… tal vez algún “juega vivo” termine convirtiéndose en un pujante emprendedor productivo a quien todos admiremos más adelante.

