“Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”, Ayn Rand, La Rebelión del Atlas.
Curiosamente, se discuten entre círculos intelectuales, políticos e inclusive mediante coloquios entre amistades, las supuestas virtudes de un sistema económico mixto; es decir, un sistema en el que las virtudes de la economía de mercado se mantienen, por ejemplo, el derecho de propiedad privada, pero al mismo tiempo se permite la intervención estatal para solucionar problemas que los mercados se ven incapaces de solucionar: las llamadas “fallas de mercado”. Se piensa y se opina que dicho sistema es aquel que conduce al supuesto óptimo social, que permite alcanzar un mayor bienestar en el largo plazo para los individuos en la sociedad.
Este tipo de pensamiento e ideología, típica del populismo común, domina mundialmente y, con ella, se adaptan nuestros gobernantes, quienes por desgracia han contribuido de manera nefasta a la decadencia, tanto económica como social, de las sociedades mundiales; en especial, en nuestra región latinoamericana. El socialdemócrata confía ciegamente en la redistribución de los ingresos, mediante la vía impositiva, la regulación obsesiva de todo tipo de actividad comercial y empresarial, además de la supuesta benevolencia del burócrata-policy makers, para tomar las mejores decisiones sobre las personas. Esto es un craso error, tal como lo demuestra la historia, la más reciente, la Venezuela de Chávez-Maduro. Tomemos el ejemplo venezolano, que ilustra a la perfección nuestra tesis. El ciclo populista empieza con un gobierno que defiende el gasto público excesivo para financiar un sinfín de programas sociales, bajo el pretexto de “eliminar la desigualdad económica”, tal como proclamó Hugo Chávez, cuya expansión del gasto público llegó a alcanzar un total del 25% del PIB en una década. Dicho gasto público no conllevó aumentos significativos de productividad y, además, los ingresos fiscales fueron deficientes, logrando que el déficit fiscal alcanzara un 16.6% del PIB venezolano en el año 2012.
La segunda etapa del ciclo populista consiste en el fenómeno de la inflación. Al no obtener los ingresos fiscales necesarios para financiar el excesivo gasto público, el Gobierno venezolano acude al Banco Central, que mediante la expansión monetaria financia el déficit fiscal. Debido a que no hay un aumento de productividad, dicha financiación del déficit fiscal produce una subida en los precios al consumidor y al productor, porque hay más billetes en circulación que subastan bienes y servicios. La devaluación de la moneda, mediante la hiperinflación, destruye los ahorros de la sociedad y la capacidad de invertir y acumular capital, conduciendo al caos en la economía.
El Gobierno central decide culpar de la inflación a empresarios, comerciantes, productores y a cualquier persona, menos a ellos mismos, y decide imponer todo tipo de controles de precios, controles cambiarios y establecer una serie de marañas regulatorias que, en efecto, destruyen los mecanismos de mercado. Aquí comienza el fenómeno de la escasez y se empiezan a dar los primeros pasos de agitación social.
La penúltima etapa del populismo consiste en lo que Ludwig von Mises, economista austriaco, llamó“el círculo vicioso del intervencionismo”, en el que una intervención estatal conlleva a otra, así sucesivamente, sofocando las últimas estelas de la economía de mercado que quedaban. La última etapa del ciclo es la total decadencia de la sociedad, en la que imperan graves problemas, como desnutrición, violencia y delincuencia, entre otros.
Los críticos dirán que el ejemplo venezolano es un caso aislado y extremo; sin embargo, cabe recordar que la economía de Venezuela no se destruyó de un día para otro. Todo comenzó con un impuesto, seguido de un subsidio, etc. Es imperativo limitar al Estado para llegar a un caso como el venezolano.