«Hablar contigo es como predicar en el desierto», nos decían nuestros mayores: la necedad orgullosa, ligada a la razón y al corazón, nos impedían escuchar y tomar en serio cualquier pedagogía hecha desde el hogar o la escuela. Se trataba de pura inmadurez, de orgullo ignorante, que hoy en Panamá muestran periodistas, sus oyentes y demás opinadores en redes, llenadores de ciberespacio con la paja que brota de criterios poco instruidos.
Panamá ha elegido la sordera sospechosa ante cualquier conflicto que requiera su decisión como sociedad. No nos fiamos de nadie, todo el mundo es sospechoso por color político, por periódico donde escribe o televisora donde colabora; de la radio ni hablemos: gritones, exagerados mentadores de Dios y sus virtudes, y qué decir de partidistas y bancadistas, que se pelean por la blancura de motivos ante un país que no se fía ni del sistema democrático, lo que es en sí un peligro.
Estoy de acuerdo con Umberto Eco: las redes han dado a los idiotas un altavoz, y a los demás, la capacidad de hacerse los sordos —vía hacerse el pendejo— desconociendo el origen y progreso de nuestros males, como si hubieran caído súbitamente del cielo. Es ridículo oír a periodistas y políticos de siempre hablar como si lo que nos pasa fuera de ahora, aferrándose al que mejor pague. Estúpidos que gritan a sordos que se creen lo que les dicen.
Hemos renunciado a la pedagogía y optado por comentar y repetir, como si fuésemos los más vivos, las mismas noticias de siempre, disfrutando como medios y como políticos de la cronicidad mediocre que nos lleva destruyendo décadas. Qué fácil hablar de escuelas a medio terminar cuando cada marzo se dice lo mismo.
Debería darnos vergüenza tanto sordo, pero no, queremos serlo a mucha honra, convirtiendo nuestra ignorancia estúpida en marca de nuestro medio o partido o bancada, dejando fuera la necesaria pedagogía que nadie quiere abordar porque no vende ni es popular.
El autor es escritor.

