Las esperanzas de encontrar sobrevivientes bajo el alud que dejó 114 personas muertas se desvanecían el domingo, mientras el hedor de cadáveres en descomposición se esparcía por el enorme montículo de lodo y tierra.
Los socorristas informaron que las viviendas sepultadas hasta las que pudieron llegar estaban inundadas, lo que dejaba entender que las personas atrapadas en el interior habrían muerto ahogadas.
Más cadáveres fueron recuperados el domingo de entre el montículo que formó el deslave; el lodo y la tierra cubrieron 1.7 hectáreas (4 acres) y en algunos lugares la capa alcanzaba hasta 15 metros (yardas).
Pero aún faltaban cuerpos por identificar, algunos de los cuales fueron encontrados en partes.
La lista de muertos ya identificados incluía por lo menos 26 niños y adolescentes.
Los socorristas decidieron mantener a los trabajadores individuales de emergencia, parientes y reporteros alejados del área de la tragedia.
En lugar de continuar cavando a mano y tratar de escuchar algún sonido que indicara que había algún sobreviviente, los socorristas tenían previsto utilizar retroexcavadoras y topadoras para agilizar la búsqueda de cadáveres.
"Las personas que pudieran estar con vida están ahogadas", dijo el coordinador de servicios Sergio Cabañas, quien explicó que se enviará personal de rescate cuando una retroexcavadora arroje un cuerpo. "Lo vamos a hacer 90% con maquinaria".
Las autoridades dijeron que unas 300 personas estarían desaparecidas; sin embargo, dejaron abierta la posibilidad de que muchas de ellas hayan huido y se hayan alojado con parientes sin comunicarse con las autoridades, o que quizá no estuvieron en el interior de las 125 casas destruidas cuando ocurrió el deslave.
Fue una noticia desalentadora para quienes tenían la esperanza de encontrar con vida a familiares que quedaron sepultados bajo el lodo y la tierra a causa del desastre que tuvo lugar el jueves en la noche y que abarcó gran parte del barrio de Cambray, en Santa Catarina Pinula, una comunidad de clase media de empleados de gobierno, comerciantes, taxistas y preparadores de comida.
Con el paso del tiempo, hay menor esperanza de encontrar sobrevivientes. "Solo un milagro puede salvarlos", dijo la rescatista Inés de León.
Después de que identificaran a sus muertos en una morgue improvisada, las familias se preparaban para enterrarlos en el atestado cementerio local.
Los trabajadores de la ciudad preparaban rápidamente nichos en una gran pared para los muertos. En el lugar decenas de huecos cuadrados estaban listos para los ataúdes.
Cuando menos 16 féretros fueron introducidos el domingo en los nichos. Los nombres de las víctimas estaban grabados en el cemento fresco que se utilizó para taparlos.
Miriam Cifuentes estaba en el cementerio de Santa Catarina Pinula para enterrar a su hijo mayor, Jonathan.Cifuentes se encontraba en una de las habitaciones superiores de su casa en Cambray con su esposo y su hijo menor, Alex, cuando ocurrió el deslave.
El hijo mayor, Jonathan, de 16 años, se encontraba abajo sacando la basura. De repente escuchó un ruido parecido al de un río, después como si fuera un gran número de autos a alta velocidad. Abrió la ventana para ver que sucedía y advirtió que una nube de polvo iba en dirección a su casa.
Relató que pensó que morirían cuando su casa comenzó a desplazarse y a caer mientras les caían bloques de concreto.
Cifuentes logró salir de los escombros y corrió en busca de ayuda. Su hermano y su padre vinieron y sacaron vivo a Alex. Los bomberos rescataron al esposo, Félix Torres.
Alex y Jonathan nacieron en San José, California. La familia regresó a Guatemala hace 10 años pares resolver su situación migratoria con esperanza de volver a Estados Unidos.
El domingo, la familia, cuyos integrantes tenían golpes y raspaduras, sepultó a Jonathan, el único al que no lograron rescatar. Alex estaba inconsolable al pensar que sepultarían a su hermano mayor.
La familia tenía una tienda, que también fue destruida. "Perdimos todo, casa, negocio, trabajo", afirmó Cifuentes.
Por la tarde, familia tras familia recorrían los mismos caminos angostos con pasto entre mausoleos para sepultar a sus muertos. Algunas personas cantaban y oraban, muchas lloraban y repetían la misma frase ante tan abrumadora tragedia: "No hay palabras".
La lluvia ha obligado a socorristas a hacer pausas en el rescate. Durante el día el pueblo se vio abarrotado de gente que caminaba buscando el cementerio, o llevando ayuda.
Varios voluntarios llegaron al lugar. Jóvenes de la organización Fábrica de Sonrisas llegaron al pueblo con narices rojas de payaso para hablar con los niños y compartir con ellos.
En la calle varias monjas oraban con jóvenes a quienes agradecían su apoyo.
Una de las preocupaciones menores son los animales propiedad de las familias víctimas que quedaran en el lugar. Astrid Anzueto, veterinaria de Maya Vet, llegó en un vehículo con tres médicos más, recogieron tres aves y tres perros que estaban en el área del desastre. "Los llevaremos a un albergue y los revisaremos", dijo Anzueto.
La primera comunión y el último adiós se conjugan en Guatemala
En la iglesia católica de Santa Catarina Pinula decenas de padres llevaron este domingo a sus hijos e hijas vestidos de blanco para realizar su primera comunión. Una ocasión de felicidad y tradición para los creyentes católicos que, desgraciadamente, se transformó en un acto de luto.
22 niños y niñas asistieron a la iglesia para recibir su segundo sacramento. Los iban a acompañar 11 pequeños más, pero fueron víctimas de una tragedia.
En el mismo espacio se velaban dos cuerpos de las víctimas del deslave y las niñas que hacían su comunión pasaban frente a los ataúdes con sus vestidos blancos y la mirada cabizbaja.
"Extraño a mis amigas y quisiera que estuvieran aquí", dijo Juana, de 8 años, quien también mencionó que estaba feliz de llevar su vestido y de conocer a Cristo.
Los niños realizaron su primera comunión y se marcharon tomados de las manos de sus padres. "Usualmente se hace un almuerzo en la casa con música y se celebra, pero hoy no haremos nada, por respeto a los 11 niños que no pudieron venir a su primera comunión", comentó Raúl Salazar, un padre que llevó a su hija de 7 años.








