El populismo es un fenómeno complicado. Puede sentirse en una democracia en que grupos y clases determinados experimenten agitaciones y tensiones de cualquier tipo. Como resultado, pueden recurrir a un líder carismático que prometa ventajas materiales y les ofrezca esperanza para el futuro. El objetivo se alcanza más fácilmente si el líder logra construir un discurso doble: “nosotros el pueblo” opuesto a un “ellos” consistente en una élite privilegiada.
Esbozaré mi punto de vista sobre la historia y la evolución del populismo panameño. Me apoyaré en numerosos trabajos de autores, unos panameños, otros extranjeros como Peter Szok y Frank Robinson.
La evolución del populismo panameño puede trazarse formulando algunas preguntas claves sobre las eras de Porras, Arias y Torrijos. ¿Quiénes eran las “personas corrientes” a las que podría recurrir un aspirante a líder populista? ¿Qué tipo de base clasista o multi-clasista fue empleada para crear una coalición electoral que prevaleciese, dentro del contexto democrático de aquellas eras? ¿Qué tan exitosos fueron estos tres populistas en construir tales bases dentro de instituciones panameñas? Finalmente, ¿Cuál era la naturaleza del ambiente internacional en que surgieron y funcionaron?
La era populista de Belisario Porras ha sido extensamente estudiada por autores como Diógenes de La Rosa, Roque Javier Laurenza y académicos como Peter Szok, quien escribió los ensayos publicados en Raíces. En esta literatura la “gente corriente” de Porras es generalmente caracterizada como campesinos y grupos urbanos marginalizados opuestos a una élite de orígenes y legitimidad cuestionables. De acuerdo con Szok, los tres gobiernos populistas de Porras (1912-1924) se vieron atrapados entre dos exigencias: la necesidad de modernizar el Estado en un protectorado informal de Estados Unidos y las exigencias de su electorado que veía al Estado como una creación foránea al servicios de intereses foráneos. El resultado fue un régimen políticamente debilitado (asociado a débiles instituciones estatales) de relativa corta duración.
La segunda era populista (años 1930 a 1960) fue dominada por Arnulfo Arias. Junto con su hermano Harmodio, pertenecía a una privilegiada clase profesional. Fundaron un movimiento nacionalista en los años 20 que pretendía representar a los panameños “realmente” hispanoparlantes que se sentían económica y culturalmente sitiados por un “otro” dominante. Este “otro” incluía a la élite liberal que consideraban vendepatria, considerada en contubernio con Estados Unidos por medio de formas que incluían la autorización para introducir chinos y afroantillanos que competían con “panameños verdaderos” en los escasos puestos de trabajo disponibles después de la terminación de la construcción del Canal.
Esta era populista fue distinta de la primera. El panameñismo tenía una base clasista y cultural diferente; además, su control de la política y la presidencia fue siempre débil y episódico. Arias fue elegido presidente tres veces y depuesto en cada ocasión. En consecuencia, sus esfuerzos para construir y mantener un conjunto de instituciones nacionalistas y domésticamente intervencionistas, fueron igualmente esporádicos y episódicos. Fueron sometidos a las restricciones de crecimiento y poder impuestas por las élites liberales y la presencia hegemónica de Estados Unidos.
La tercera era populista iniciada por Omar Torrijos podría inclinar a pensar que poseía semejanzas con las de Porras y Arias. Sin embargo, aparte de la tendencia a formular un discurso antagónico de “nosotros” y “ellos”, casi todo lo demás fue distinto. Más importante aún, el contexto internacional había cambiado. Mientras que las eras de Porras y Arias eran claramente neocoloniales y dominadas por Estados Unidos, en la de Torrijos se negociaba con un presidente (Jimmy Carter) inclinado a descolonizar la relación.
Además, Torrijos fue uno de los primeros líderes panameños (aparte de José A. Remón) que emergió del interior de una institución estatal. Ello explica en parte, por qué le fue posible utilizar parte del Estado para construir una coalición política cada vez más numerosa y cambiante. Así, en diferentes momentos la coalición consistió en organizaciones estudiantiles nacionalistas, organizaciones obreras, sectores populares urbanos y rurales y segmentos de la élite comercial.
Resultado de estas nuevas circunstancias internas y externas, Torrijos y su sucesor Manuel A. Noriega pudieron utilizar tanto a los militares como a la versátil coalición civil para crear uno de los regímenes más duraderos de cualquier era. La durabilidad fue asegurada por medio de una “burocracia popular” de considerable tamaño (150 mil empleados públicos), que permitió al régimen sobrevivir la muerte de Torrijos y la ola de democratización liberal que recorrió América Latina durante los 80.
En síntesis, aunque el populismo ha jugado un papel esencial en la política panameña desde la fundación de la República, ha evolucionado en diversas formas por razones distintas. Una de las tendencias notables consiste en que los populistas han alcanzado el poder no solo mediante el apoyo de instituciones gubernamentales, cada vez más grandes y relevantes, sino que han conseguido sostenerse durante más tiempo por las mismas razones. Queda por ver si esta misma “lógica” proporcionará mayores oportunidades políticas a populistas carismáticos en el futuro.
FUENTES
Editor: Ricardo López Arias
Autor: Steven Ropp. Profesor emérito distinguido de ciencias políticas. Universidad de Wyoming.
Fotografía: Colección RLA/AVSU
Comentarios: raíces@prensa.com
