Ya bastante lejos de la urbanización 0barrio donde viví por muchos años, aún me visitan los recuerdos que atesoré durante esa época, donde siempre disfruté del privilegio de tener cerca las librerías Argossy, Cultural Portobelo, Cultural Panameña y Exedra Books.
Lo curioso es que, sin esperarlo, me he encontrado con algunos conocidos que han cambiado sus toldas cerca de donde ahora resido. Suelo recordar siempre la simpática y arraigada costumbre de la tacita de café que se tomaba uno en el Café Cocacola, siempre en compañía de los contertulios habituales del citado café.
Sin embargo, aunque no guarda ningún parecido hay una simpática cafetería en un supermercado cercano donde suelo revivir el recuerdo del cafecito y la tertulia habitual.
Mientras tanto está de turno un libro que compré en la pasada feria del libro intitulado Prohibido entrar sin pantalones, que por las primeras páginas que he hojeado al azar nos brinda un especial y curioso atractivo por su inusitado y misterioso estilo narrativo.
Hay un texto inolvidable de Fernando Savater que aparece en un breve ensayo intitulado El valor de educar, donde anota esta curiosa reflexión: “Quizá de una buena reflexión no siempre deriven buenos resultados, lo mismo que un amor correspondido no siempre implica una vida feliz. Por otra parte, estoy convencido de que tanto en nuestra época como cualquier otra sobran argumentos para considerarnos igualmente lejos del paraíso e igualmente cerca del infierno. Ya sé que es intelectualmente prestigioso denunciar la presencia siempre abrumadora de los males de este mundo, pero yo prefiero elucidar los bienes difíciles como si de pronto fueran a ser menos escasos; es una forma de empezar a merecerlos y quizás a conseguirlos”.
Hay lecturas que uno tiende a encasillarlas en el apartado de lecturas inolvidables. Hace muchos años leí un libro de Ítalo Calvino intitulado Por qué leer los clásicos. En la página 2 de ese librito maravilloso dice lo siguiente: “En el inconsciente colectivo el príncipe disfrazado de pobre es la prueba de que todo pobre es un príncipe, víctima de una usurpación que debe reconquistar su reino. Ulises o Guerin Meschino o Robin Hood , reyes o hijos de reyes y nobles caballeros caídos en desgracia, cuando triunfen sobre sus enemigos restaurarán una sociedad de justos en la que se reconocerá su verdadera identidad. El Ulises que llega a Itaca como un viejo mendigo, irreconocible para todos, tal vez no sea la misma persona que partió rumbo a Troya. Las pruebas de su identidad son para la nodriza la huella de un dentellado de jabalí, para su mujer el secreto de la fabricación del lecho nupcial con una raíz de olivo, para el padre una lista de árboles frutales; señales todas que nada tienen de realeza y que equiparan a un héroe con un hortelano”.
Estas notas que hemos tomado de una extensa obra sobre las aventuras de Telémaco han significado para mí una vuelta maravillosa a mis cursos de literatura griega que asistí en medio de los timbales y las fanfarrias de un lunes de Carnaval, día que fue posible paviarse.

