Resistencia y buen vivir en el indígena

Corría el año 1950 y era la primera vez que en Panamá se realizaba un empadronamiento directo de la población indígena para investigar sus características socio-económicas. La Dirección de Estadística y Censo consideró que esta población era “la integrada por indios que viven primordialmente separados de la estructura socio-económica del país y en ocasiones hasta bajo una organización tribal”. Bajo ese concepto se empadronaron 48 mil 654 personas distribuidas en 874 localidades.

Aunque los datos obtenidos por el censo fueron sesgados e incompletos por motivos técnicos, lo que si se puso de manifiesto durante su realización fue que no todos los grupos indígenas habían mantenido una misma relación con el Estado. Cuando los empadronadores llegaron a la provincia de Chiriquí tuvieron que afrontar dificultades no previstas: la oposición de algunos jefes indígenas. Tal fue la negativa de los líderes ngäbes a cooperar con los funcionarios que al final la gobernación de la provincia y las autoridades municipales tuvieron que intervenir. Esta situación contrasta con las buenas condiciones que encontraron los empleados de la oficina del censo en San Blas en 1950. En esta comarca sus labores se vieron facilitadas por las características geográficas de los lugares poblados (islas pequeñas), por la participación de profesionales indígenas -la mayoría maestros- tanto en la fase de investigación pre-censal como el empadronamiento, y por la participación activa de las autoridades indígenas (sagla) en las labores relacionadas con los censos.

Este dato, un tanto anecdótico, da fe de la especificidad de cada sistema político indígena. Durante la primera mitad del siglo XX los gunas apostaron predominante y decididamente por la negociación política con el Estado. Este método fue posible gracias a la formación de un grupo de jóvenes que ejerció como mediador entre las autoridades tradicionales y el gobierno. En cambio otros pueblos indígenas del país, como los ngäbe, no contaron con profesionales que pudieran cumplir con esta misión hasta hace muy poco tiempo y, en algunos momentos, prefirieron evitar cualquier tipo de relación con las instancias gubernamentales por miedo a ser sometidos.

Las diferencias en cuanto a las formas de organización política y negociación con el Estado son bien conocidas en el caso guna y ngäbe. Mientras unos son mundialmente conocidos por una histórica autonomía, un sólido sistema representativo y una inquebrantable unión, los otros son famosos -a nivel nacional- por las múltiples violaciones de sus derechos territoriales, un sistema de representación política dual y una persistente división política. No obstante, estas diferencias son una mera cuestión de forma. Ambos pueblos persiguen el mismo objetivo: preservar su estilo de vida, su capacidad de decisión, resistiendo a la imposición del sistema hegemónico y luchando por su territorio. Unos resisten negociando, otros dividiéndose para evitar la negociación.

Como bien señaló el sociólogo francés Yvon le Bot, en América Latina la emergencia indígena de las últimas décadas no ha venido acompañada de nuevas violencias. Una de las características más destacables de los movimientos indígenas es que demandan democracia, cambios en los regímenes políticos, rechazan el racismo y el colonialismo sin apelar a la violencia.

Los pueblos indígenas se resisten a perder sus valores y su forma de vivir. El célebre jesuita, lingüista y antropólogo Xavier Albó, ha sostenido que el término Suma Qamaña (traducido como Buen Vivir) se opone a la visión occidental de vivir mejor y enfatiza el comunitarismo, la buena convivencia y el apoyo mutuo. Estas nociones del Buen vivir contempladas en las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009), son doctrinas que guían al pueblo, constituyen celebraciones de la convivialidad y deben ser entendidas como consignas de respeto hacia el medio ambiente. Los pueblos indígenas de Panamá, sin ser sociedades perfectas e idílicas, también poseen maneras propias de entender la buena vida. Son conscientes de los recursos -tanto materiales como inmateriales- que facilitan la convivencia y el equilibrio comunitario. Luchan de diversas formas por preservar su manera de entender el mundo y su vida transcurre sin violencia ¿Cómo sino entender el bajo índice de suicidios, criminalidad y delincuencia en las áreas indígenas de Panamá?

FUENTES

Editor:Ricardo López AriasTextos:Mónica Martínez Mauri

Fotografías:Colección RLA/AVSU

Comentarios:vivir+@prensa.com

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