La pasión, su origen no amoroso

Sufrimos para que nos duela, ya que amar es sufrir, como sabe cualquiera que haya sido herido por una flecha de Cupido. Sufrimos por nuestras pasiones: con solo ver al ser amado se nos aprieta el pecho, nos falta la respiración y si escapan palabras por nuestros labios, por lo general son las equivocadas.

Asociamos la palabra pasión con el amor, con el deseo, pero no siempre fue así. Busca en la obra de Homero, Virgilio o Safo, y no encontrarás la palabra pasión. ¿Por qué? Sigue leyendo.

Cuando digo que “me apasiona la obra de Cervantes”, por ejemplo, estoy usando el verbo que “causa, excita una pasión”, siendo esta una “perturbación o afecto desordenado del ánimo; Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona” en dos de sus acepciones.

La palabra pasión entró a nuestro vocabulario del latín, passio, -onis que significa acción de soportar, de sufrir, de pasar, que se decanta de passus, huella o pisada, siendo un “paso” una medida itineraria de 1.479 metros. Mille passus, por tanto, es lo que hoy conocimos como “milla”. Entra al léxico cristiano como símbolo del sufrimiento de Cristo: Pasión, con mayúscula.

Aparece, entre los primeros libros conocidos en la lengua de Alfonso X, en el Libro rimado de Palacio, de Pedro López de Ayala (1332-1407), manteniendo su significado religioso: “¿Qué podemos nos fazer? pues que por nos la pasión sufrió Nuestro Salvador...”, comenta en medio de su sátira sobre los intríngulis de la corte real.

Luego, en 1450, Fernán Pérez de Guzmán la usa en sus Generaciones y Semblanzas, pero no es hasta 1500 que Cristóbal de Castillejo, en Obras de amores, le da su significado moderno: “¡Oh sospiros engendrados Desas ansias y pasión Del sentido! Salid, salid aquexados; Dad descanso al coraçón Afligido”.

Incorporan a su léxico la nueva acepción tanto el Inca Garcilaso (Comentarios reales, 1578: “...no había querido darle crédito ni tomar los consejos de sus parientes, porque la pasión le cegaba el entendimiento”), en que y el Manco de Lepanto (Don Quijote de la Mancha, 1582: “Rindióse Camila; Camila se rindió; pero ¿qué mucho, si la amistad de Lotario no quedó en pie?

Ejemplo claro que nos muestra que solo se vence la pasión amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas...”).

Ya para 1598, entra Lope de Vega en la movida y en Las Bizarrías de Belisa, hace acción del sustantivo, utilizando el verbo apasionar: “...después que a Lucinda mi señora sirve el conde don Enrique, también de mí se apasiona Fernando, su secretario, y yo le quiero”.

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