El mundo vive sacudido por tantas crisis y escándalos, que a veces las trivialidades menos esperadas se toman la agenda noticiosa y el debate de la opinión pública. Ese es el doblete de la película el dilema social, y las revelaciones periodísticas sobre el no pago de impuestos de Donald Trump en su trayectoria empresarial y política.
Lo primero es lo primero. Existen cinco empresas líderes en el mundo de la tecnología de información y comunicación. Se les conoce como las FAANG, es decir Facebook, Apple, Amazon, Netflix, y Google. Cuatro de estas empresas son casi monopolios que dominan sus respectivos nichos del mercado y marcan las tendencias globales de la digitalización. Netflix es la única que pertenece al club sin ser un monopolio, ya que enfrenta mucha competencia de estudios de cine, conglomerados de medios y de Apple y Amazon. Así que no es de extrañar que Netflix auspiciara una película muy crítica sobre las redes sociales. En la entretenida obra se mezcla el género documental con un montaje de ficción para hacerle entender al público, cómo las redes manipulan a su audiencia, hasta convertir a sus usuarios en el producto, dejando atrás su libertad como consumidores.
La película no dice nada que los conocedores y los investigadores académicos no hubieran indicado previamente. Netflix aplicó su dominio maestro de la imagen para llevarle a la audiencia una crítica al club de empresas tecnológicas al que pertenece. La solución propuesta al final de la película es la de un mayor control parental, y de tomar conciencia del tiempo que se dedica al mundo digital y a las redes sociales. Este razonamiento se quedó muy corto.
A principios del siglo XX, un libertario de verdad como Teddy Roosevelt, el mismo que construyó el Canal de Panamá, demandó civilmente al monopolio petrolero de Standard Oil para romperlo y abrir el mercado. Esa empresa controlaba la extracción, la refinación, el transporte, la venta mayorista y la minorista del producto estratégico. Roosevelt apalancó la legislación antimonopolio aprobada en 1890 para enfrentar a la empresa más grande en aquel momento. De la fragmentación de Standar Oil nacieron cinco empresas petroleras distintas, que diversificaron el mercado, abarataron costos y generaron millones de empleos.
Unos 80 años después de la lucha antimonopolio de Roosevelt, el Departamento de Justicia de Estados Unidos, (equivalente a la Procuraduría General de la Nación), bajo otro gobierno republicano, el de Ronald Reagan, demandó al monopolio telefónico ATT. De la fragmentación de ATT nació la moderna industria de telecomunicaciones, se multiplicaron las empresas fabricantes, se abarataron los costos para el consumidor, aparecieron nuevos productos y se generaron millones de empleos.
En el club FAANG no está presente otra gigante de la tecnología que es Microsoft, la empresa de Bill Gates enfrentó en la última década del siglo pasado una demanda antimonopolio del gobierno de Estados Unidos, que sirvió de escarmiento, permitiendo que otras empresas entre las cuales está Apple, pudieran prosperar.
Dentro de Sillicon Valley ya existía una dura crítica hacia las redes sociales y lo efectos que estas causan. Por ejemplo, Marc Benioff, el CEO del gigante de tecnología empresarial Salesforce calificó a las redes sociales como las empresas tabacaleras del siglo XXI. La película El Dilema Social le da la razón, ya que algunos ex altos ejecutivos de las otras FAANG, confiesan haber buscado psicólogos expertos en adicción, para diseñar sus productos digitales con el fin de que provocaran un fuerte hábito y un enganche adictivo.
Aparte de ser monopolios y comercializar productos manipuladores de los usuarios, los gigantes de alta tecnología tienen como práctica usual eludir su pago de impuestos. La triada de Apple, Amazon y Google, han sido multados con las sanciones más altas de la historia en la Unión Europea por estas prácticas. Igualmente es notorio que el pago de impuestos federales en los Estados Unidos de estas gigantes es casi nulo. La solución no es entonces la autorregulación y ponerle un horario a los adolescentes para disminuir su uso de las redes sociales.
La “sorpresa” dominical de la investigación periodística del New York Times, de que Donald Trump ha pagado muy pocos impuestos en los últimos años, no es una verdadera sorpresa. La gran mayoría de los lectores no tienen sociedades anónimas, fundaciones de interés privado, o la asesoría de brillantes contadores y excelentes abogados tributaristas. El hecho chocante de que Trump pagó 750 dólares de impuesto sobre la renta, siendo Presidente de los Estados Unidos, gracias a sus excelentes manejos fiscales, solo revela lo injusto de este mundo. Al público que ha seguido de cerca la saga de Trump sabe que su reputación de hábil empresario es un cascaron, y que solo la permisividad del sistema le ha facilitado prosperar. El dato de que el panameño común y el estadounidense promedio, paguen más impuestos que Trump, solo confirma que la regla principal del mundo actual es muy clara: ganar más y pagar menos.
Si eso es una sorpresa para la mayoría de la ciudadanía mundial, es un despertar a la realidad de las reglas bajo las cuales estamos obligados a vivir. Esto ayudará a que se entienda que necesitamos un mayor control social de nuestros gobiernos y de nuestros mercados.
Cabe destacar el notable valor que Netflix tiene para darle espacio a una crítica a un pujante sector de la economía digital. A pesar de sus defectos como empresa, el buscador de Google me permitió encontrar información crítica sobre esa compañía y las sanciones que ha recibido por evadir impuestos. No creo que las gigantes tecnológicas del otro lado de la cuenca del Pacífico harían algo similar.
La defensa de la democracia y de una economía sana de mercado requieren de una vigilancia honesta e imparcial del Estado. Eso lo entendieron Rooselvelt y Reagan en su momento. Así lo deben entender los actuales gobiernos y ciudadanos del mundo libre.


