Hola, soy tu amigo, tu vecino, tu compañero de trabajo, tu cliente, tu compatriota y hasta pertenecemos a la misma especie. Te escribo no con la finalidad de convencerte, sino de conmoverte. Estamos en medio de una pandemia y tú eres la persona que puede salvarnos a todos. De verdad, tú eres más importante que el doctor Fauci, el ministro Sucre y hasta más que la doña de las vacunas clandestinas en Coco del Mar.
Te escucho y te entiendo cuando das las razones para no vacunarte: que si es una vacuna experimental, que si la tecnología es muy distinta a las anteriores, que aceptar la vacunación significa doblegarse ante el poder y la ocasional explicación de que las vacunas son el principio de una dictadura.
Dije al principio de esta carta que no intento convencerte, seguramente tus fuentes de información son mejores que el Centro de Control de Enfermedades (CDC) de Atlanta, el Instituto Pasteur de París o la Universidad de Oxford. Seguramente ese doctor que recomendó el cloro, la hidroxicloroquina y el jugo de maracuyá recibirá un premio Nobel de Medicina el próximo año. Claro que entiendo que todas las revistas científicas están conspirando para ocultar la verdad. Ni hablar de esos gobiernos y empresas farmacéuticas que solo quieren ganar dinero. Seguramente hay mucho de cierto en todo esto que afirmas, pero quisiera que me escucharas como representante de un grupo muy particular de seres humanos: los que queremos vivir.
No sé el contenido de las vacunas. Tampoco sé la fórmula de la Coca-cola, los ingredientes de la pasta de dientes, la molécula activa de mi desodorante o si la michita de pan del desayuno venía de trigo genéticamente manipulado. Lo que sé es que si tú no te vacunas, muchas personas que no pueden vacunarse, como los niños pequeños, las personas con sistemas inmunológicos comprometidos y otros para quienes las vacunas no tienen el efecto deseado peligran por tu decisión.
Abrocharse el cinturón de seguridad dentro de los automóviles, salva muchas vidas. Esto es el resultado de una imposición social. Como también lo es la prohibición de fumar en espacios cerrados, ni qué decir de la prohibición de llevar armas y material explosivo en los aviones. Todas estas medidas han salvado muchísimas vidas, pero una de las que más vidas ha salvado en la historia es la vacunación.
Quiero que sepas que para el pasado miércoles 28 de julio, ya el 27% de la población del planeta había recibido al menos una vacuna. Unos 2 mil 153 millones de personas ya fueron pinchadas con unas 3 mil 970 millones de dosis de los inoculantes. Esto que parece ser una buena noticia, se puede dañar si tu no te vacunas, ya que las nuevas variantes del coronavirus, sobre todo la variante Delta, son más resistentes y más contagiosas. Las vacunas conocidas son más débiles frente a esta variante, y existe la posibilidad de que si no paramos la pandemia pronto, el coronavirus siga mutando hasta que supere lo que tenemos para combatirlo. Lo único que puede evitar esto es que exista inmunidad de rebaño que disminuya el riesgo de que los contagios se salgan de control. Para que entiendas la amenaza que enfrentamos, cuando recién empezaba la pandemia, una mujer coreana, muy religiosa, llegó a contagiar a unas mil 500 personas, porque asistía a múltiples iglesias.
Te reitero que no te estoy pidiendo que te vacunes para tí, si no para todos los demás. Tus seres queridos, vecinos, compañeros de trabajo, y hasta los desconocidos que estamos haciendo supermercado junto a tí, comiendo en un restaurante en tu cercanía, o atendiéndote en una entidad del Estado, necesitamos que te vacunes. Tú haces que nuestra vida peligre.
Atentamente,
Rodrigo
(vacunado con Astrazeneca en el Rommel Fernández el 8 de mayo y el 7 de junio)


