La tragedia del martes 1 de noviembre de 2022, en la calle 54 en Obarrio, es otro evento de los que no deberían suceder en un país que se precia de su modernidad y de su aspiración primermundista.
Esta es otra versión de lo que se ha convertido en una historia sin fin, de explosiones e incendios en apartamentos de la urbe capitalina.
Por el momento, las causas directas del evento son objeto de especulación. Sin embargo, las causas indirectas son harto conocidas. Se trata de un fallo sistémico, esa terrible combinación de prácticas de construcción, debilidad regulatoria y, convenientemente, mucha opacidad.
Las tragedias urbanísticas en Panamá son más comunes de lo que se piensa. En Condado del Rey, están los residentes de un condominio que se inunda por una infracción a la servidumbre de aguas. En Costa del Este y en la avenida Balboa, varias familias han sido víctimas de endebles muros en los estacionamientos de sus lujosos edificios. Luego están los incendios: Vía Argentina, Vía Brasil, y la terrible explosión que ocurrió en el PH Costamare, en el corregimiento de Don Bosco.
Una copia de Miami
Los arquitectos panameños, y sobre todo los promotores de bienes raíces decidieron que los condominios y los edificios de oficinas fueran torres de cristal, imitando a la ciudad de Miami. Incluso los nombres de algunas edificaciones son tomados de las avenidas más lujosas de esa ciudad. Esos ventanales de vidrios de piso a techo, no solo hacen a los apartamentos y oficinas más calientes (necesitando una costosa refrigeración), sino mucho más vulnerables, y por lo tanto peligrosos.
Algunas de las tendencias de la construcción panameña incluyen el amplio uso de losas con cables de acero pretensado. Casi no hay condominios, con más de diez años, y a veces menos, que no tengan baldosas levantadas, o que ofrezcan el espectáculo de un piso desnivelado.
Como en muchas ocasiones se comieron la línea de construcción, los vecinos en edificios más pequeños o en chalets, terminan padeciendo la sombra de un rascacielos y enfrentando los riesgos de vivir tan cercano a una torre de concreto, acero, y vidrio.
Precisamente después de la tragedia del PH Costamare, todos los condominios enfrentaron las famosas y costosas pruebas de hermeticidad. Edificios enteros se quedaron sin el gas de cocinar por la necesidad de adoptar medidas de seguridad. En algunos casos, las filtraciones descubiertas fueron reemplazadas por costosas tuberías externas que afearon la estética de las áreas comunes, y se convirtieron en un recorderis de lo peligroso que es vivir en un condominio.
Luego de que a un vecino le hicieron semejante reparación, instalamos un detector de gas a tres metros de la nueva tubería. El aparatito se la pasaba haciendo bip,bip,bip… todo el día. Si alguien fumaba en algún apartamento cercano el tono se volvía un chillido, y si algún vecino preparaba una buena comida en su estufa, la alarma también chillaba. A costa de perder el sueño todas las noches, y de mantener a todo el edificio en estado de pánico permanente, quitamos la alarma.
Un tiempo después, un bombero me dijo que era normal que eso pasara. Hoy, varios centenares de personas están afectadas por un enemigo con el cual tuvieron que convivir. La cobertura de los seguros de daños para estos hogares, automóviles y negocios afectados nunca cubrirá todo el monto de lo perdido. Por supuesto habrá casos en los que nadie se hará responsable por los daños ocasionados por la explosión ocurrida el día martes.
A las personas que usaron sus ahorros, sus jubilaciones, o un pesado descuento directo para comprar un apartamento en un área céntrica y tranquila, nada ni nadie le devolverá la calma.
Así, en unos cuantos días nos habremos olvidado de la calle 54. Alguna otra tragedia, tal vez un escándalo de corrupción, o algún evento internacional, nos harán olvidar pasajeramente el riesgo de la vida cotidiana en la ciudad de Panamá. Nos merecemos algo mejor.

