De Trump a Biden

De Trump a Biden
Joe Biden y Donald Trump. AFP

Los cuatro años de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, culminaron con los eventos del 6 de enero en el Capitolio, un acontecimiento por el que sin duda será recordado.

No en vano fue un día en que una cantidad importante de seguidores del presidente lograron entrar, sin mayor obstáculo, al parlamento del país que más gasta en defensa y seguridad en la historia de la humanidad; y todo con la intención de detener el conteo de votos que confirmarían a Joe Biden como el próximo presidente, convencidos de que la elección había sido fraudulenta, y que su deber patriótico requería acción.

A pesar de que lo que sucedió fue sorprendente, las acciones de estos individuos han estado marinándose durante mucho tiempo, y el ejercicio de tratar de apuntar a diferentes razones históricas quizás nos haga mirar siglos atrás.

Sin embargo, en el contexto moderno, hay muchas circunstancias que catalizaron este movimiento, e ignorarlas sería una grave equivocación.

En los círculos académicos de la Ciencia Política y más allá, el estudio de la desconfianza hacia las instituciones democráticas se ha vuelto una cosa común. Desde clases de licenciatura, pasando por los seminarios de maestría y las investigaciones de doctorado, las teorías abundan.

En un país en donde un candidato no gana la mayoría de los votos, pero aun así logra ganar la Presidencia; en donde existen esfuerzos para hacer difícil que ciertas minorías acudan a las urnas, y en donde se toman el triple del tiempo para contar sus votos de lo que se requiere en el llamado tercer mundo, esta tendencia global tiene aún más sentido.

Al mismo tiempo, la proliferación tecnológica y la citada desconfianza en las instituciones, han jugado un rol fundamental para fomentar divisiones aparentemente irreconciliables en segmentos de la población. Además, el imperativo comercial de los medios de comunicación, especialmente en Estados Unidos -pero no solo en ese país-, ha promovido la tendencia de ciertas organizaciones mediáticas de apartarse de su deber de informar, para enfocarse en encontrar segmentos de “consumidores”, a los cuales cierta información los hace retornar al ciclo noticioso de esa cadena de noticias.

Por lo demás, y diría que particularmente importante para entender lo que sucedió, todo esto se da en el contexto de una pandemia global, en donde la salud mental de la población mundial está, quizás, en su peor momento.

No solo se trata de la ansiedad económica que esta crisis global ha traído consigo, sino de dinámicas sociales complejas que, en un país tan dividido y con liderazgos nocivos, catalizaron este movimiento que salió de la web para llegar al parlamento, demostrando que la línea entre fantasía y realidad es muy delgada.

Cuatro años de retórica oportunista y divisoria, culminaron teátricamente con los eventos del 6 de enero en el Capitolio -lo que será recordado quizás como el mayor legado de Donald Trump-, así como ser el primer presidente procesado penalmente por segunda vez durante su mandato.

De QAnon y Trump

Para poder entender lo que sucedió en el Capitolio de Estados Unidos, hay que tener claro dos cosas. Quienes entraron al parlamento fueron convencidos por su presidente que las elecciones habían sido fraudulentas y, además, una gran parte de ellos también creen en las teorías de QAnon.

Sin profundizar mucho, QAnon es una especulación salida de los foros de 4chan, entre otras oscuras esquinas del internet, que afirma que el mundo es controlado por un grupo de pedófilos satánicos, altamente corruptos y comprometidos con el Partido Demócrata, entre otras instituciones poderosas. Los Clinton, Bill Gates, y hasta Tom Hanks, son parte de esta conspiración mundial, y los iluminados que la entienden, activamente pelean –en Instagram, twitter, y otros medios de comunicación, claro– contra la corrupción y la pedofilia.

Además, y esto quizás es lo más importante, esta teoría afirma que Donald Trump está peleando contra estas fuerzas malévolas desde la silla presidencial, mandando mensajes secretos de vez en cuando.

Por más ridículo que suene, ahí quizás está la clave de lo que sucedió en Washington el 6 de enero. Este grupo de gente estaba convencido que no solo la elección había sido fraudulenta, sino también que el líder del movimiento mundial anticorrupción y anti pedofilia había sido sacado del poder, debido a un fraude en el proceso electoral.

Y, lo cierto es que, sectores del Partido Demócrata han, por los menos, aparentado corrupción en el pasado -con sus intentos de mantener su poder y estatus-, como ha sucedido en las últimas dos primarias por la nominación de su partido. Como aquí sabemos muy bien, “las elites” emplean métodos para no pagar impuestos y así hacer funcionar el Estado para su beneficio. La corrupción existe en tantos lugares como la impunidad. Las historias de Jeffrey Epstein demostraron que el tráfico sexual a todos los niveles es algo real. Y es por esto quizás, que estas teorías han tenido un efecto tan potente en la población.

El mundo es complicado, y tratar de entenderlo cuesta la vida entera. Las teorías como las que esparce QAnon con tanto éxito, dan una explicación simple con migajas de verdad, que le da a la gente la sensación de entender y de participar -como nunca lo habían hecho- en un mundo de deudas, inseguridad, falta de comunidad, entre otras cosas.

Y aquí, es donde me toca aceptar que subestimé el peligro de Donald Trump.

Como muchos en mi esquina, veíamos al entretenedor y magnate de las bienes raíces como un chiste. El bufón que llegó al poder por los propios vicios de su país.

Y si, los cuatro años de Trump como presidente, sirvieron para desmantelar toda regulación ambiental y económica posible, empacadas en un falso populismo que empoderó a una masa de gente que se ha ido quedando atrás, y que calificó como culpables de sus males a los medios de comunicación, las élites, “los globalistas”, encontrando una narrativa simple que explicara las complejas realidades materiales y sociales que los condenan.

Todavía me pregunto si su contendiente principal, Ted Cruz, hubiera sido peor. Y no tengo duda que, por lo menos en términos de políticas públicas y el afán de promover guerras en el extranjero, el tema es debatible.

Sin embargo, lo que subestimé fue el daño que tendría la retórica de Donald Trump, haciendo que sus seguidores actuaran de la manera que lo hicieron el 6 de enero en el Capitolio.

¿Lo hará?

Cuando empecé a escribir este blog, me esperaba muchas cosas. Las razones por las que me interesé en hacerlo están conectadas más bien con el proceso electoral y las múltiples posibilidades que la primaria demócrata prometía. Según pensé, había muchos buenos candidatos que hacían interesante ese proceso.

En ese momento, me quedaba claro que el mundo, y por ende el país más poderoso, necesitaba políticas públicas radicales y un liderazgo visionario para hacerle frente a la crisis climática, las grandes migraciones, una economía insostenible, un orden mundial frágil, entro otros problemas que todavía enfrentamos

Años, crisis y una pandemia global después, Joe Biden ganó la Presidencia de ese país después de una de las campañas más extrañas de la historia.

Cuando empezó esa primaria, estaba convencido que el que ahora se convertirá en presidente estaba entre los peores candidatos de los casi 30 que aspiraban a ser el nominado por el Partido Demócrata. No por una cuestión de personalidad -ya que Biden parece ser agradable y familiar-, sino por su rol como legislador y las políticas públicas que en esa función representó durante su larga carrera.

Sin embargo, Joe Biden tiene un mandato importante, y hay señales de que sus innegables virtudes como político, lo hacen entender las oportunidades y responsabilidades que tiene en frente.

Su rol histórico como vicepresidente de Barack Obama, ahora tiene una dimensión más profunda con la victoria cultural que representa su vicepresidenta Kamala Harris.

Sus promesas económicas, enfocadas en invertir en infraestructura y una transición energética, con un plan de mitigación del cambio climático, parecen alejarlo de la austeridad que lo había identificado como legislador. También hay indicios, por sus elegidos para dirigir los entes reguladores, que ha escuchado las críticas a la gestión de Obama en esa materia. Y como si fuera poco, eligió a Deb Halland, la primera mujer indígena, como su Secretaria de Interior.

Sin embargo, no debe quedar ninguna duda que todas estas victorias se la debemos al activismo. Sin la presión de la sociedad civil organizada, el programa y gabinete de Joe Biden sería menos prometedor.

Además, aunque el 6 de enero del 2021 será recordado por los eventos en el Capitolio, la realidad es que ese día debería ser entendido más bien como una reacción, un último aliento de un sector que siente que pierde lo que considera su país.

La elección del día anterior en Georgia, en donde John Ossoff y Raphael Warnock lograron ganar las últimas dos carreras con miras al próximo Senado, deben ser entendidas como un evento histórico que no solo le dio a Joe Biden un mandato más firme -obteniendo una importantísima mayoría en la Cámara Alta-, sino que le dio la razón a un pensamiento –en esta ocasión liderado por Stacey Abrahams–, que entiende los procesos electorales como una herramienta emancipadora y con el poder de cambiar las cosas.

La victoria de Warnock es especialmente importante en el contexto de los eventos de los últimos días. Un pastor cristiano de la tradición de Marthin Luther King Jr. –quien predica en el mismo lugar que lo hiciera el revolucionario pastor– que, como lo dijo en su discurso de victoria, es hijo de una mujer que usó las mismas manos para votar por él, que alguna vez utilizó para recoger algodón para alguien más. La primera Republica tiene todas esas contradicciones.

Y con ésta termino la travesía que fue escribir Miedos y Rencores. Hasta la próxima.


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