Hay películas que tienen un destino que no merecen.
Perdida (Gone Girl) es uno de esos títulos que ha pasado como si nada por la cartelera nacional, un hecho injusto por donde lo vean, porque se trata de una propuesta deliciosamente maliciosa sobre la ambición y el desamor.
Es curioso, en este país un sector de la audiencia se queja porque no llegan a estos lares producciones interesantes de Hollywood, que debemos soportar los largometrajes pasados de tontos, pero cuando se debió apoyar a Perdida, pocos le dieron la mano.
Este thriller del maestro David Fincher (La red social y El club de la lucha) era la mejor producción industrial de la Meca del Cine proyectado durante el mes de octubre de 2014 en este país y fue derrotada por los más simples largometrajes, desde la hiperviolenta y repetitiva El justiciero y las tibias muestras Libranos del mal y Drácula, la historia jamás contada.
Perdida se estrenó y se tuvo que conformar con ser la quinta más vista por el público istmeño. Como si eso ya no fuera triste, en la siguiente semana quedó en el noveno puesto. Después pasó a solo dos salas en la ciudad capital, por lo que mañana lunes, cuando se anuncie el comportamiento del público, la encontraremos detrás del último.
Después salió de circulación uno de los mejores ejemplos de 2014 de una película por encargo.
En Estados Unidos ha tenido una suerte envidiable Gone Girl. Tuvo un presupuesto de 61 millones de dólares y ha recaudado a nivel mundial 220 millones de dólares hasta el 23 de octubre (el 52% de la boletería la obtuvo en la unión americana).
SERIE DE ENGAÑOS
Gone Girl es un hermoso engaño. Es una caja china sin fondo. Nada es lo que parece ser. Tiene cada giro argumental encantador, que no estamos seguros de nada hasta cuando se acerca el final y descubrimos que la verdad que plantea es más normal de lo que parece en esta sociedad tan dada al doble discurso y a las convivencias hipócritas de ciertas parejas que son felices por fuera, solo para guardar las apariencias.
Al principio, Perdida es puro espejismo. Nos despista y nos hace creer que se trata de un melodrama sobre un amor que no duró lo suficiente entre una pareja que fue perdiendo la ilusión de a poco.
A los minutos nos lleva a pensar que es un drama criminal, al plantearse como una película sobre una esposa desaparecida o secuestrada, aunque luego es sobre una joven casada asesinada por un extraño, o lo que es peor, por su propio esposo.
Como si el enredo fuera escaso, a veces pensamos que tal personaje es el villano más cruel y que ese otro es la víctima más evidente. Cuando menos lo esperamos, nos enfrentamos al hecho de que el asunto es al revés o aún más grave porque confirmamos que los personajes principales de Perdida son todo, menos inocentes, pues cada uno tiene sus traumas pasados, sus niveles de culpabilidad y sus maldades a cuestas.
Después nos damos cuenta de que es un thriller perfectamente armado. Un juguete macabro que nos ha engañado durante buena parte de su trama.
Eso solo lo logra un cineasta del calibre de David Fincher, que deja claro que se puede rodar una película por encargo con la solvencia con que se firma una cinta de autor, algo que ya hizo cuando se enfrentó a Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011).
¿No han visto Perdida? Si la respuesta es sí, fantástico. Si no pudieron, se les fue un gran título No se arrepentirán. Palabra de crítico.
