Fue por medio del Decreto número 55 del 16 de julio de 1926, cuando siendo presidente de la República Rodolfo Chiari, y ministro de Educación Octavio Méndez Pereira, se instituyó esa necesarísima actividad conocida como la semana del libro en nuestro país.
En 1924, se creó el comité pro difusión del libro y de fomento de las bibliotecas, que fue quien organizó la primera Feria del Libro, que ocupó a partir del 12 de julio su espacio en la Biblioteca Nacional de ese entonces. Esta feria sólo se realizaba en la capital del país.
Para 1943, se crea la primera Feria del Libro ahora a nivel nacional. A su vez se funda otra asociación relacionada: la Sociedad de los Amigos del Libro, ese maravilloso objeto por el cual sentimos una muy especial predilección.
Fue también en 1943 cuando se crea un concurso literario nacional en los géneros de novela, cuento y biografías, que bien se puede considerar como el precursor de los actuales y reconocidos Premios Miró.
Por medio del Decreto número 237 del 27 de mayo de 1957, y basado en una idea del Ministro de Educación de esos tiempos, José Daniel Crespo, se establece que la Semana del Libro se celebraría a partir de entonces, del 22 al 29 de septiembre. Recordemos que la última fecha es la del nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra, el autor de las Novelas Ejemplares y creador del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha.
La panameña Ana María Jaén y Jaén tiene un trabajo en el que hace una historia completa del desarrollo en los años siguientes de la semana que acabamos de mencionar.
La autora del libro nos hace en su obra un completo recuento de algunas de las formas en que se organizaron esas semanas, quiénes lo hicieron, qué actividades se fueron añadiendo y otros detalles relativos, cuyo único y noble propósito es el de poseer otras formas de estimular el hábito de la lectura, además del amor a los libros entre la población de nuestro país.
Entre las actividades que se organizaron estaba la de solicitar ayuda económica a entidades cívicas, comercios y ciudadanos naturales. Peticiones que siempre fueron bien atendidas. Esas donaciones eran reinvertidas en ediciones especiales, contratación de locales, anuncios, concursos o en otras actividades que promovieran el hábito de la lectura.
Desgraciadamente este magnífico evento, a pesar de ciertos avances en los objetivos señalados, no ha ido aumentando en la forma en que debiera ser.
La costumbre de leer se va inculcando desde nuestra niñez y más que todo en el hogar, y es que ya lo dijo el escritor, político y orador romano Marco Tulio Cicerón (106 a 43 antes de Cristo) cuando nos dejó escrito aquello que dice: "Una vivienda sin libros es cómo un cuerpo sin alma". Esto último se hace cada vez más cierto, cuando la electrónica por medio de la radio, la televisión, los ordenadores o computadoras y lo que aún falta por venir, pretenden, así sea inconscientemente, alejar los libros de nuestro hogar.
¡Y qué felices que somos los que no nos hemos dejado embaucar y seguimos devorando libros cada vez con mayor avidez! Y es que otro antiguo aforismo latino, también decía que será por el uso de los libros que llegaremos a ser libres. Otra gran realidad.
Son muchísimas las obras y pensamientos que hombres de todos los oficios y especies, a través de los años, nos han dejado reconocer los grandes logros que podemos alcanzar con el hábito de leer libros buenos y útiles de verdad.
Oigamos a uno de los cinco santos que de nombre Bernardo, se encuentran en un buen santoral: "Un libro te enseña lo que debes hacer, te advierte sobre lo que debes evitar, te muestra los fines a los que debes aspirar".
Y ya para terminar tenemos que referirnos a las Raíces del domingo pasado sobre el Grito de la Villa. Por motivos que serían largos de explicar, en la sección de armada se tuvo que eliminar algunos párrafos de nuestro escrito original.
Y nos faltó coordinación, lo cual para el futuro se remediará. Es necesario que quede claro que la copia del acta de lo decidido en la Villa se encuentra en Bogotá. Que la que publicamos con gran cantidad de firmas es la ratificación que el 28 de noviembre del mismo año se dio en la ciudad capital.
En esas mismas Raíces hablábamos también de Luis Ramón Alfaro, el padre de Ricardo J. Alfaro, quien siendo calígrafo hizo la copia del acta que allí apareció.
A la ciudadanía de Los Santos, gracias al historiador local Milciades Pinzón y de Radio Provincias pudimos explicar todo lo anterior. Qué penoso hubiese sido el haberle quedado mal a tan preclara ciudad cuando celebraba su famoso grito que despertó las hasta entonces dormidas ansias de libertad de nuestra nación.

