La Evaluación Internacional del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola concluyó en abril de este año que “el modo en el que el mundo cultiva sus alimentos tendrá que cambiar radicalmente”.
¿Para qué? “Para servir mejor a los pobres, enfrentar los problemas de la población y el cambio climático, evitar la descomposición social y el colapso ambiental”, decía el estudio, en el que participaron 400 expertos.
La agricultura orgánica es una de las opciones más promisorias para hacer frente a estos desafíos. El potencial para vender bienes a consumidores que están dispuestos a pagar más por una producción orgánica genera posibilidades de ingresos para los agricultores del mundo en desarrollo. El mercado para tales productos ha crecido más de 15% anual en las últimas dos décadas.
Las ventas se concentran en Norteamérica y Europa, mas la exportación tiene una mayoritaria participación de los países en desarrollo.
La producción orgánica es adecuada para agricultores pequeños, que constituyen la mayoría de los pobres del mundo. Los agricultores orgánicos no dependen de recursos externos y obtienen cosechas más altas y estables, y por ende, más ingresos.
Ingresos elevados contribuyen a la seguridad alimentaria. Como dice Amartya Sen [premio Nobel de Economía - 1998], no siempre la falta de alimentos crea la hambruna, sino la imposibilidad de los pobres de pagar los alimentos que necesitan.
Mientras los precios de los agroquímicos suben por el encarecimiento del petróleo, esta agricultura usa agroquímicos no sintéticos.
Y al no contaminar con agroquímicos, reduce las enfermedades y muertes causadas por la exposición a esos productos.
La agricultura orgánica mejora la fertilidad del suelo y aumenta la retención del agua y la resistencia a la tensión climática. Mitiga además el cambio climático, pues usa menos energía que la común, y actúa como aislante del carbono, principal gas invernadero.
Por lo anterior, es una herramienta poderosa para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio referentes a pobreza y ambiente.
Por ahora es solo un nicho del mercado, pues usa 2% de las tierras agrícolas del mundo. Su potencial no ha sido completamente explorado.
Hay desafíos para que los países aprovechen la oportunidad, en la construcción de capacidades productivas, acceso a los mercados y obstáculos a la importación.
Es irónico que, en una época de grandes preocupaciones ambientales, las barreras al comercio de productos favorables al ambiente sean más altas que para los comunes. Va en contra de las metas internacionales compartidas de alivio a la pobreza y protección ambiental.
(El autor es secretario de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo y ex director de la Organización Mundial del Comercio.)