QUERIDO DIARIO: Hoy me levanté muy temprano. Eran las 5:30 a.m. y el sol no había salido cuando desperté a Felipe para ir al colegio. Desde que empezó el primer grado es tan difícil levantarlo por las mañanas. Cuando finalmente termina la batalla para que se bañe y se cepille los dientes, lo ayudo a vestirse antes de que Marcela, su hermanita tres años menor, pronto empiece a distraerlo con sus juguetes. Por gusto tanto apuro. Felipe no quiere desayunar el emparedado de queso que le he preparado. Ahora se le ocurre que quiere desayunar tostadas con mermelada, igual que su hermano mayor; por supuesto, nada que unos cuantos malabares de mi parte puedan hacerlo desertar de dicha idea. Finalmente corremos y alcanzamos el busito colegial.
Lo veo subir y empujar a un niño que está sentado en su asiento. Cuando menos lo espero, gira su cabeza hacia la ventana, levanta su mano derecha y me grita "adiós Rosita." Es increíble cómo pasa el tiempo. He sido la nana de Felipe prácticamente desde que nació. ¿La nana? ¡Qué manera de apodarlo! También nos llaman niñeras, nodrizas, criadas, tatas, muchachas. Como sea: protagonistas en la vida de los pequeños. La gente no lo piensa pero, muchas veces, somos nosotras quienes pasamos gran parte del tiempo con ellos; a veces, más que los propios padres. No somos sus madres, es cierto, pero somos lo que llaman "cuidadoras sustitutas". Por supuesto, no se trata sólo de alimentarlos, vestirlos y cuidarlos. Tampoco consiste únicamente en jugar con ellos o en vigilar que no vean demasiada televisión. He aprendido, con el tiempo, que ser una nana implica mucho más. Como "cuidadoras sustitutas" debemos proporcionar seguridad física y estabilidad emocional. Fomentar lo que llaman un "apego seguro".
Es decir, en la medida en que somos figuras estables y sensibles en la vida de los niños, los ayudamos en su desarrollo emocional. Lamentablemente, algunas nanas, incluso algunos padres, no entienden esto, y dejan a sus hijos bajo al cuidado de personas que no son aptas, lo que puede ocasionar graves consecuencias. ¿Será que no han pensado en esto? ¿Qué no han considerado que las nanas somos figuras influyentes en la vida de los niños?
¿Acaso no reparan cómo llora una criatura cuando pierde a su nana? Son pérdidas importantes, ¿lo sabías querido diario? Cuando llevo a Felipe al parque por las tardes, no deja de sorprenderme cada vez que veo a los niños con sus nanas: juegan, ríen, lloran, gritan, comen helado, discuten, se abrazan, les cuentan sus secretos, se esconden detrás de ellas. Tantas cosas comparten y tan intenso es el vínculo que, a veces, olvidamos que nada ni nadie sustituye a una madre.
