Ana Alfaro Especial para La Prensavivir+@prensa.com A cinco dólares la libra, la cereza es un lujo muy de vez en cuando, y de cuando en vez para la mayoría de nosotros. La semana pasada, mientras elegía las frutas con qué componer la foto de portada sobre nuestras maravillosas frutas autóctonas, miraba de soslayo el paquetito de cerezas y pensaba que, con el mismo billete de a cinco con que me podía llenar un bolsillo de cerezas, podía llenar una jaba vallera de frutas locales. Igual me imagino que piensan los europeos cuando ven un mango a ¡cinco euros! Pero lo que sí es una maravilla –bueno, no a la utópica altura de la paz mundial ni de la honestidad parlamentaria– es que durante los meses de mayo a agosto podemos disfrutar de las cerezas del norte, y de igual forma, a partir de noviembre, disfrutamos de las del sur.
Son familiar diminuto de la ciruela, como lo indica su nombre científico: Prunus avium y Prunus cerasus.
Se dice que adquirieron su nombre de la ciudad de Carasonte (o que la ciudad lo adquirió gracias a ellas), actual Kiresum, de Asia Menor, y su introducción a Europa se atribuye por lo general a Lúculo, gran sibarita y gastrónomo, quien llevó el cerezo a Roma tras su triunfo contra Mitrídates, rey del Ponto.
Y por supuesto, que como un ejército "marcha sobre su estómago", los soldados iban soltando pepitas de cereza a diestra y siniestra, dejando a su paso lo que después se convertiría en huertos de cerezos.
Vea De la flor y los frutos
