Pasada las 4:00 de la tarde, los grupos de SelvAventuras, EcoloAventuras y el Club Excursionistas del Istmo arribaron a Portobelo. Yo asistía como guía de SelvAventuras. El campamento distaba 40 minutos dentro del Parque Nacional de Portobelo. Con paso redoblado cruzamos el río Guanche.
Uno de los excursionistas era Líder Sucre, miembro del grupo ambientalista ANCON. Se despojó de su camisa y en un santiamén se transformó en un Indiana Jones.
Al poco rato de adentrarnos a la selva, los monos aulladores se alborotaron. Una pava silvestre, que estalló en un ruidoso aleteo, nos espantó el alma. Líder a cada tanto se detenía, sacaba los catalejos y escrutaba la copa de los árboles. Los demás apuraban el paso para llegar al campamento a fin de repartirse el mejor lote.
Llegamos rayando las seis de la tarde y nos apresuramos a levantar las carpas. Algunos colgaron sus hamacas, sobre el barranco de un riachuelo.
Ya casi anocheciendo todos se metieron al río Guanche para sacarse la mugre y el sudor. El agua estaba espectacular, repetía Dennise, otra de las excursionistas, mientras se aplicaba un perfumado y delicioso jabón.
La luna se presentó inmensa, las estrellas dibujaron todas sus constelaciones y a las 10:00 de la noche ya estábamos rendidos.
Al amanecer, los monos aullaron encima del campamento. Pero nadie se dignó a levantarse. Fabián levantó a todos con una ensordecedora corneta militar. A las siete, pasada, ya estábamos selva adentro.
Atrás quedaron Dennise, Cristina y Mihail custodiando el campamento (se la pasaron dormidos a pierna suelta)
Aunque el sendero estaba sutilmente marcado, era fácil perderse.
Con Líder saqué un mundo de información. Cada árbol, cada flor, cada semilla y bicho, era escudriñado por su vasto conocimiento. "No me arrepiento de haber venido", dijo sin mirarme, "esta selva -sentenció- ha superado mis expectativas", escuché a mis espaldas.
Bautizamos en medio de la selva una cascada con el nombre de Solangel, en honor a esa divina, menuda y recia francesa, miembro del grupo que se enamoró de Panamá.
Cuando salimos al río Dos Bocas (afluente del Guanche) para aliviar la fatiga todos nos zambullimos. En el camino encontramos un raro espécimen de orquídea llamado Zapatito. Raro nombre.
Ese breve descanso colmó las cantimploras, refrescó los agobiados cuerpos y subió la moral. Una vez adentrados en la tupida y húmeda selva, no había árbol gigantesco que escapara a las fotos.
Ramón fotografió una variedad de ranitas. Vimos excretas con patitas de cangrejitos dentro, pepas de algún fruto y hojas majadas. La selva se oscurecía abajo, pero arriba restallaba.
El sol no conseguía tocar el suelo. La penumbra y la humedad sí. De un grueso y gigantesco árbol caían 27 lianas trenzadas a lo rastafari. Los monos aullaban a lo lejos. Al cabo de dos horas la Cascada Verde Esmeralda emergió de la selva.
En un santiamén todos estaban sumergidos. Uno de los excursionistas no pudo ocultar su asombro. Con euforia anunció que "tenía años, añales", que no se bañaba en un río tan transparente. "Ni siquiera molesta los ojos cuando buceas" y nos mostraba sus ojos. Había ese redescubrir una selva virgen en toda su expresión.
Todavía faltaba por llegar hasta el Salto de los Monos. Las mujeres, agotadas, permanecieron en el Verde Esmeralda. Los hombres reanudaron esta vez su marcha por el Dos Bocas Arriba
La selva se cerraba cada vez más. No quedó más remedio que hacer river hiking. Al poco rato aparecieron tres hermosas cascadas. Algunos monos aullaron lejanos. Las mariposas morpho sobrevolaban el río como soberanas.
Marco, quien tenía la rodilla lesionada, sintió aún más el dolor, así que tuvo que disminuir la marcha.
A la altura de la tercera cascada (no bautizada) se asomaba el Salto, altísimo, cayendo desde un macizo rocoso. La selva lo atesoraba. Ni siquiera rugía.
Los del Club Excursionistas del Istmo (CEI) quedaron maravillados. Gilberto Ceballos admitió que era la cascada más alta que ha visto hasta el momento. Las cámaras digitales disparaban frenéticas sus silenciosas fotos. El primero en remontarla fue Ramón Dapena.
Al rato éramos cinco escalando sus paredes. Estábamos a 290 metros de elevación en una selva cerrada admirando una gema de la naturaleza; el Salto de Los Monos, que se desploma 74 metros abajo en tres piscinas.
El consenso fue general. Portobelo se había convertido en una invaluable gema de la naturaleza para estos excursionistas con espíritu aventurero.
DATOS CLAVES
Una experiencia en imágenes







