Tener una percepción subjetiva de otras personas es completamente inevitable: juzgar es innato.
Eso sustenta el psicólogo clínico Paul Anderer. Según explica, al cerebro no le gusta trabajar, por lo que le resulta más fácil juzgar a primera vista basado en estereotipos y valores subjetivos.
El Diccionario de la Real Academia Española define juzgar como “formar opinión sobre algo o alguien”, sugiriendo una acción basada en el razonamiento.
Sin embargo, Anderer expone que la acción de juzgar es “evolucionaria”, pues ayuda a las personas a diferir entre “los nuestros -en los que podemos confiar- y los extraños -en los que no podemos confiar”.
Un estudio publicado por la Asociación Americana de Psicología sugiere que, automática e inconscientemente, las personas le atribuyen aspectos sobre la personalidad, las habilidades y emociones a otras personas basándose en información limitada, como la apariencia física y facial, el habla (el tono y la velocidad) y la letra.
En términos de sociedad, la constancia con la que los individuos juzgan puede tener efectos secundarios en su desarrollo. El sociólogo Eury Baso de León comenta que “la sociedad prospera si todos juzgamos bien, si nos ajustamos a la esencia del concepto. Es un asunto de moral y ético”.
Mientras tanto, Anderer aduce que la acción de juzgar es totalmente negativa que, en vez de colaborar, crea divisiones y da como resultado sociedades competitivas.

