Comenzamos con unos jugos naturales sabrosones, pero después de un rato, quedamos salivando una sangría de una mesa contigua así que pedimos la propia.
Un poco dulce, pero rascó donde picaba, y eso que traíamos un escozor de los violentos.
Porque, verás, justo al pie del restaurante estaban atracados unos megayates de esos que dan envidia de la mala, mala, mala.
De esos que tienen su propio helicóptero, y aunque no lo vimos, de seguro que también traen jacuzzi y sala de masajes, y por supuesto un chef graduado de Le Cordon Bleu.
Esa última parte sí que me dio no solo escozor sino salpullido del feo, que me hizo desear tener Caladril en la cartera. Pero al no tener Caladril me tuve que rascar con una democrática sangría.




