Consideremos la evidencia: sin pimienta, Cristóbal Colón no hubiera "descubierto" el nuevo mundo. Sin pimienta, sal no tendría a su gemelo (me refiero a los personajes de pasquines que en inglés se llamaban Sugar and Spice). Sin pimienta, no existiría el verbo "salpimentar". Y sí, la sal es importante, pero la pimienta también.
La sal, pues es el elemento más importante para que el cuerpo humano se mantenga sano, pero la pimienta… ¡ah!, la pimienta es lo que le pone sabor a la vida.
Y entonces, pregunto yo, ¿por qué rayos es que algunos de ustedes todavía no se ponen las pilas y andan comprando pimienta en polvo?
¿Cómo es que se gastan yo no sé cuánta plata en unos zapatos feos e incómodos, pero no invierten en un buen molino de pimienta? ¡Prioridades, hijitos, prioridades!
La pimienta se viene usando en la cocina de la India desde la prehistoria, y como dato curioso, cuando descubrieron la tumba del faraón Ramsés II, hallaron que tenía granos de pimienta en la nariz. Como que uno de los embalsamadores quería que el tipo se fuera estornudando hasta el otro mundo.
Tremenda moquera tiene que haberse pegado en el paraíso. Pero volviendo al tema, la pimienta que se compra ya molida pierde su aroma con mucha rapidez –efecto que también se aplica a la mayoría de especias–, por lo que es preferible siempre comprarla en grano e ir moliendo a medida que se necesita.
Para esto, es aconsejable tener un molinillo. Es más, en mi casa hay dos. Uno para pimienta negra y otro para pimienta blanca. Y como algunos de ustedes deben saber, la pimienta blanca no es más que la pimienta negra, sin la cáscara. La pimienta verde es precisamente eso, y muchas veces se puede conseguir fresca en las fruterías, puesto que se cultiva en el Valle de Antón.

