Las imágenes y anécdotas con las que creció el colonense Virgilio Yaneca Esquina —de cómo era la época de la esclavitud en Panamá y la posterior formación de los grupos congos— fueron la fuente de inspiración de los cuadros que conforman su exhibición "Dípticos, Congo y Conga".
La exposición, que fue inaugurada el pasado lunes en el restaurante Manolo Caracol, se dio en conjunto con un desfile gastronómico.
El artista acompañado de su familia, amigos y amantes del arte, disfrutaron de diversos entremeses como el cheesecake de albahaca, ensalada de palomitas y una salsa de aceitunas en aceite de oliva para mojar los panes. Seguido de una paella de mariscos, pescado al curry y rebanadas de cerdo en salsa de piña.
ATRAÍDOS POR LA HISTORIA
Los platillos, aunque atractivos, no lograban alejar del todo a los invitados de las paredes del restaurante, cubiertas con las obras de Yaneca.
Lienzos que a pesar de utilizar a los mismos protagonistas, el hombre y la mujer negra, variaban en la mezcla de sus colores, su intensidad y los materiales aplicados, como las conchas, plumas, lentejuelas, y hasta escarchas.
Muchas de sus obras llevan como título nombres de animales (Congo y Conga Murciélago o Avispa), tal cual solían llamarse los antiguos descendientes de los negros cimarrones (esclavos que escapaban y se internaban en las selva huyendo de la represión). Condición que duró hasta el período departamental, cuando Panamá estuvo unida a Colombia.
HONORES MERECIDOS
Para Virgilio Esquina, sus obras significan libertad, pero más que nada muestran los rostros de una raza que luchó por llegar a caminar por las calles con la frente en alto, dejando atrás una época donde eran utilizados para trabajar en las fincas y en las minas. También es una forma de demostrar la fortaleza de la cultura congo que se ha mantenido viva a través de los tiempos.
Los detalles que muestra el pintor en sus cuadros, característicos de los vestidos y la apariencia de esta raza, llamaban la atención de los presentes. En especial los cuadros de los curanderos rodeados con huesos blancos y muñecos para realizar trabajos espiritistas colgando de sus camisas.
Dos de estos trabajos fueron comprados por el arquitecto Marcelo Narbona, quien por más de 40 años se ha dedicado a coleccionar obras de artistas emergentes latinoamericanos que —al cabo de unos años— logran ganar un buen lugar en el mercado artístico.

