Ya sea por su nombre científico, Melissa officinalis, o por sus nombres castizos –toronjil, bergamota (uy, ese suena feo) o bálsamo de limón– este miembro de la familia de la menta o laminacea es favorita de curanderos y doctores, homeópatas y boticarios.
Su campo de acción es vasto, y abarca desde un simple dolor de cabeza. Nuestras células tienen receptores a los que se enganchan los virus al atacarlas, y los compuestos de polifenol de la hierba acaparan estos espacios, evitando que los virus se afiancen, evitando que se propague la infección.
Aprovecho para escribir de un tema limítrofe entre la gastronomía y la “curandería”, porque hay una rompehuesos haciendo estragos y lo sé de primera mano: tengo ocho días que no levanto cabeza, desde que me cayó un chaparrón encima.
Y es que la familia de las mentas, y en especial la melisa, contiene vitaminas antioxidantes y selenio, que fortalecen el sistema inmunológico al limpiar los radicales libres. Contiene taninos con propiedades antivirales; y tiene propiedades antibacteriales, ansiolíticas y calmantes.
Aunque sus principales bondades correspondan más a la medicina que a la gastronomía, se ha usado como especie debido a su sabor fresco y alimonado, lo que la hace perfecta sucedánea para la hierba de limón o el sasafrás.
En Europa Central se usa para dar sabor a bebidas dulces y se pueden agregar generosamente a platillos a base de pescado y pollo, y a ensaladas. También sugerimos utilizar las hojas en recetas que piden jugo de limón, con lo que se potencia el aroma del cítrico. Si puede utilizar hojas frescas en vez de secas, las recomendamos. Los aventureros pueden experimentar utilizando la melisa en vez de albahaca para hacer un pesto o chimichurri.
VEA ¿Tisana, té o infusión?

