PAULO COELHO

Músico de metro... sin límites

HISTORIA REAL. En una fría mañana de enero, un hombre se apostó en la entrada de una estación del metro de Washington y se puso a tocar el violín. Durante 45 minutos, los que pasaban escucharon pasajes de las seis piezas de J. S. Bach que fueron ejecutadas. Como era hora punta, se calcula que por allí pasaron miles de personas, la mayoría dirigiéndose directamente al trabajo.

En los tres primeros minutos, un señor mayor se dio cuenta de que había alguien tocando alguna música. Frenó el paso, miró un instante, y siguió su camino.

Inmediatamente después, el violinista recibió su primera propina –un billete de $1– que dejó caer una mujer que no se detuvo a preguntarse qué música estaba siendo interpretada. Más tarde, alguien se apoyó en una columna, donde permaneció unos cinco minutos. Luego miró al reloj y se fue en dirección a los trenes.

El primero que realmente prestó atención a lo que allí estaba sucediendo fue un niño de tres años. Su madre tenía prisa, pero él insistía en escuchar más. No hubo manera: se lo llevaron a rastras, aunque él mantuvo todo el tiempo la cabeza vuelta hacia atrás. Ocurrió lo mismo con otros niños: todos los padres, sin excepción, forzaban a sus hijos a seguir caminando tras esperar allí con impaciencia entre dos y tres minutos.

Durante los 45 minutos que estuvo tocando, el violinista consiguió $32 y tuvo seis espectadores. Al final no hubo aplausos, ni nadie que pidiese un bis. Una mujer, en un momento dado, dijo que lo había visto el día anterior (ella fue la única persona que paró de verdad para escucharlo) y añadió que sentía una gran admiración por su trabajo.

El violinista se llama Joshua Bell, y el experimento fue completamente filmado por el periódico Washington Post.

Dos días antes del experimento del metro, Bell había llenado un teatro de Boston con espectadores que, como mínimo, pagaron $100 por verlo. Tanto en el teatro de Boston como en la estación de metro, el músico empleó un Stradivarius, un violín valorado en $3.5 millones. Las piezas interpretadas se consideran las más difíciles de Bach para tal instrumento.

Cuando el periodista le preguntó lo que había sentido, Bell no escondió su decepción: las personas eran incapaces de reconocer la belleza si no se encontraban dentro de los parámetros considerados normales para poder apreciar una obra de arte.

La idea del periódico Washington Post fue justamente ésa: realizar un ensayo sociológico sobre el comportamiento del ser humano.

Las personas, al pasar junto a algo absolutamente sublime, teniendo en ese momento otras ideas en la cabeza (en este caso concreto, la ida al trabajo, con la incapacidad de distraer la atención hacia lo que sucede alrededor, más la tendencia a pensar mediante tópicos del tipo “todos los músicos de metro son unos fracasados que no consiguen ir más allá de un límite ínfimo de talento”) no le prestan la más mínima atención.

¿Me habría detenido yo a escuchar a Joshua Bell? No lo sé. Creo que, como todo el mundo, yo también estoy condicionado por los ritos del arte, como son los teatros, los precios caros, y cosas de ese tipo. Pero la noticia me sonó como una alerta: si no disponemos de un momento para pararnos y escuchar a uno de los mejores violinistas del mundo, ¿qué cantidad de otras cosas bellas no estaremos perdiendo en nuestra vida?

El enlace del experimento, con las reacciones de Bell y los videos, es el siguiente: www.washingtonpost.com


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