Durante marzo y abril de 1981 traté de rescatar tantas orquídeas como podía de la inmensa cantidad de árboles talados en la región del Bayano. Entre las rescatadas había muchas de una pariente de la Cattleya dowiana, que por no compartir los hábitos aristocráticos de esta, crece sobre árboles de todo tipo y altura, por lo que no es difícil encontrarla en todo el territorio nacional.
Aunque sus flores son más pequeñas y carecen de la exuberancia de color de la Cattleya dowiana, tienen un agradable tono rosado y forman ramos con hasta más de una docena de flores.
Mis problemas con esta orquídea empezaron cuando traté de conseguir su nombre. Una lección de la Biblia que parece que los humanos hemos aprendido de corazón es la orden divina en el “Génesis” de ponerle un nombre a cuanto ser viviente encontramos y los cultivadores de orquídeas no somos excepción a esta regla.
Muchas orquídeas tienen nombres comunes, pero estos nombres varían de una región a otra. Por esta causa, se acostumbra usar los nombres científicos que son asignados por biólogos especializados en taxonomía. Este sistema fue diseñado siglos atrás por el sueco Carl Linneo, y se le conoce como el sistema binario porque tiene dos partes: el género, un sustantivo, y la especie, un adjetivo, y ambos en griego, latín o palabra latinizada de algún otro idioma.
Cuando pregunté, me dijeron que eran de Cattleya deckeri. Poco después me dijeron que eran Cattleya skinneri, la flor nacional de Costa Rica, que florece durante la estación seca y lo de variedad autumnnalis es porque las mías florecen de septiembre a noviembre.
Estaba en la duda hasta que el Dr. Robert Dressler, orquideólogo, me dijo que eran de Cattleya patinii. Durante más de diez años estuve contenta con mis plantas hasta que el propio Dressler anunció que su género era Guarianthe.
Espero que mientras esté con vida, no vuelvan a cambiarle el nombre.

