Lo incierto de la puttanesca, que de pecaminosa solo tiene el nombre, es su origen.
Hay quienes dicen que el plato nace en Siracusa, otros miran hacia Nápoli o Roma, y se apunta a Lazio, al norte de la capital, por la contribución de la anchoa.
La simpleza de su preparación quizás fue la especialidad de una casa de appuntamenti (léase citas).
La experta Jenne Carola Francesconi se la atribuye al pintor Eduardo Maria Colucci, el primer spaghettini alla puttanesca. Annarita Cuomo dice que por ahí por los años de 1950, al famoso Sandro Petti, jetsetter medio propietario del famoso “Rancio Fellone”, le llegaron varios habitués a tempranas horas de la mañana, y cuando Petti protestó que tenía la despensa vacía, le imploraron hacer una puttanata qualcasi, o sea “una porquería cualquiera” para no ser muy literal.
En un paralelo muy similar al del nacimiento de la ensalada Caesar en Tijuana, México, el tipo miró sus despensas, descubrió un poco de pasta, ajo, tres tomates y alcaparras, y listo. ¡Ah!, y un poco de parmesano rallado.
Y todavía se están disputando los italianos de una y otra región si las anchoas son originales o no. Pero lo cierto es que no es nada difícil tropezarse con los ingredientes para su preparación, ni aunque uno trate. Luego cuando la salsa se “americanizó”, de este lado del charco le comenzaron a añadir pimentones verdes, cebollas y hasta atún o salmón.
La sal de la anchoa, con el picor del pepperoncini, el sabor del tomate y el toque de ajo, hacen un plato perfecto para guardar sustento sin comer carne, mientras esperamos la curva final de los cuatro días de ayuno y abstinencia. Y hasta los no practicantes (de la primera profesión), pueden comerse su plato antes de bajar el letrerito del local, donde anuncian: “Cerrados por feria”.
