Existe amplia evidencia de que el homo sapiens, en el paleolítico, ya usaba cucharas. En Finlandia se han encontrado cinco cucharas de palo procedientes de la era de piedra, y en el sur, hay evidencia del uso de cucharas elaboradas a base de conchas. Su nombre español, cuchara, procede del latín cochlea, o conchita, por la cercanía de los primeros pueblos latinos, etruscos, etc., al mar.
Aquellos habitantes de tierra adentro se valían de los materiales a su alcance: maderas, piedras, arcilla cocida, etc., pero no dudo que el uso de la concha o un pedazo de pizarra burdamente esculpida fuese utilizada por el Homo erectus: para eso fue que se levantó el tipo de cuatro a dos: para utilizar sus habilidades motrices finas (las de las manos, chico).
De todas formas, ya hace 5 mil años los pueblos mesopotámicos y demás ya estaban versados en el arte de la elaboración de cucharas que, más que implementos, eran costosísimas obras de arte. No hablo mucho de Asia puesto que el instrumento de preferencia de aquella parte del mundo era, y sigue siendo, el fachi o par de palillos –aunque con el tiempo los chinos diseñaron sus propias cucharas de porcelana, pero textos antiguos de la India, como el Rigveda, mencionan la cuchara.
Durante el oscurantismo europeo, cada persona tenía su propia cuchara de palo: en el medioevo, los más pudientes la proporcionaban a sus huéspedes; en todo caso, una cuchara era una posesión de gran importancia, en tiempos en que al tenedor aún le faltaban varios siglos por aparecer y un cuchillo era compartido por todos los miembros de una casa. Posteriormente, vinieron las cucharas de cuerno, peltre, lata y finalmente, plata y oro.
Así que la próxima vez que vayas a botar una cuchara plástica solo por ser barata y desechable, considera reciclarla, no solo por motivos económicos, sino por la nobleza inherente de esta humilde herramienta.
VEA Mete tu cuchara
