El público llenaba tanto la platea como los palcos del Teatro Nacional, tras agolparse en la puerta los primeros minutos; asimismo algún rezagado preguntaba a última hora si aún sería posible adquirir su boleto para asistir a un concierto dedicado a los compositores Frédéric Chopin y Robert Schumann.
A las 8:15 p.m., se abre el telón y aparece la Orquesta Sinfónica Nacional, con Jorge Ledezma Bradley en la batuta, dando inicio a la función con la 4a Sinfonía en Re Menor de Schumann, que junto Chopin celebra este año el 200 aniversario de su nacimiento.
El primer fragmento de la sinfonía, Ziemlich lagsam-lebhaft, estuvo caracterizado por el ambiente dramático, mitigado con la toma de posición de los violines, que a través de frenéticas semicorcheas se aventuraron a un papel cada vez más relevante, para decaer con moderación al final del primer tramo.
Continuando el acto, ritmos más melancólicos dominaban la escena de la mano de los chelos y contrabajos, con un desempeño más denso que desembocó en un ambiente épico, capitaneado por la emulsión entre violín, trombón y percusión, merecedores de aplausos.
No hubo más tiempo para la orquesta en solitario; diez minutos después finalizaba el intermedio y hacían su entrada la soprano panameña Elisa Troesch, acompañada al piano por su progenitor, Luis Troestch, preparados para recrear partituras de Schumann.
Recitadas en alemán, una competente actuación en estas óperas les granjeó el reconocimiento del público, expectante ante la aparición del cabeza del cartel para esta gala a beneficio de la Fundación Jesús Luz de Oportunidades, el pianista argentino -nacido en Toronto- Alexander Panizza.
Luego, la Orquesta Sinfónica Nacional se desplazó nuevamente al proscenio escoltando al pianista.
Al poco, notas suaves surgen del piano, apoderándose con disimulo del peso musical; cabe resaltar las asociaciones intermitentes con la gama de violines, que otorgaron un gran dinamismo al espectáculo. Cabe destacar aquí el Concierto N° 2 en Fa Menor, de Chopin.
El desempeño de Panniza fue recompensado con una calurosa ovación del público; e incluso indujo a un bis, sin la colaboración de la orquesta, que le permitió demostrar con total libertad sus habilidades al teclado.

