Además de las calabacitas tiernas que conocemos, que vemos con frecuencia en el mercado y llamamos zucchini (me refiero a las verdes que parecen pepinos), hay otras variedades muy emparentadas.
Me acuerdo la primera vez que me comí una redonda, en Bangkok, en una sopa. No sabía a ciencia cierta qué era, debido a que no era larga, sino redonda, como el tamaño de una pelota de golf; luego, está la variedad pattypan, chiquitita, amarilla y con forma de trompo escalopinado. Y también hay unas variedades amarillas con forma de "manduco", con un lado más abultado y el otro flaco y torcido, como si fuera un asa.
Todas se pueden comer crudas o cocidas, y se caracterizan por su alto contenido de agua y por su alta "perecibilidad". Me imagino que este último factor fue el que hizo muy difícil su comercialización en nuestra plaza hasta casi el final del siglo XX, por falta de vías de transporte adecuadas y, presumo, por falta también de conocimientos de los consumidores.
No obstante, la historia hoy es otra. Ya el zucchini es parte habitual de los menús de muchos restaurantes.
Además de su versatilidad como ingrediente para ensalada –combina bien con la mayoría de las verduras por su sabor delicado—es muy funcional si se rebana con mandolina, sirviendo así para enrollarse alrededor de mazos de lechugas tiernas o de otros vegetales en juliana.
Yo hago una lasaña carb-free en la casa que es una maravilla: uso láminas de zucchini en vez de láminas de pasta, y una mezcla de puré de coliflor con yogur descremado, en vez de salsa bechamel.
Otra forma en que me encanta comerla es enrollada alrededor de queso feta, con tomates secos o aceitunas deKalamata. Ver recetario.

