Paulo Coelho Recuerdos en el Ave Fénix

MARCHA. Recorriendo el camino de Santiago veinte años, paro en Villafranca del Bierzo. Allí, una de las figuras más emblemáticas del recorrido, Jesús Jato, construyó un refugio para peregrinos. Vinieron las personas de la aldea, y creyendo que Jato era un brujo, incendiaron el local; él no se dejó intimidar, y junto con Mari Carmen, su mujer, recomenzó todo de nuevo —el local pasó a llamarse Ave Fénix, el pájaro que renace de las cenizas—.Jato es famoso por preparar la "queimada", una especie de bebida alcohólica de origen celta, que bebemos en una especie de ritual, también celta.

En esta noche fría de primavera, están en el Ave Fénix una canadiense, dos italianos, tres españoles, y una australiana. Y Jato cuenta para todos un acontecimiento que ocurrió conmigo en 1986, y que no tuve el coraje de colocar en el libro El Diario de un mago, teniendo la seguridad de que los lectores no lo creerían. —Un padre local pasó por aquí, avisando que un peregrino había pasado por Villafranca aquella mañana, y no había llegado a Cebreiro (próxima etapa), estando con toda seguridad perdido en el bosque —dijo Jato—. Fui a buscarlo y solamente lo encontré a las dos de la tarde, durmiendo en una caverna. Era Paulo; al despertarlo, él reclamó: "¿será que no puedo dormir una simple hora en este camino?". Le expliqué que no había dormido apenas una hora; estaba allí hacia más de un día. Recuerdo como si fuese hoy: estaba sintiéndome cansado y deprimido, resolví parar un poco, descubrí la caverna, me acosté en el suelo. Cuando abrí los ojos y lo vi al tal sujeto, tenía la seguridad de que no habían pasado más de algunos minutos, porque ni siquiera me había movido.

Hasta hoy no sé exactamente cómo eso sucedió, y tampoco busco explicaciones —aprendí a convivir con el misterio—. Todos bebimos la "queimada", acompañando a Jato. Al final la canadiense se me aproxima.—No soy del tipo de persona que está buscando tumbas de santos, ríos sagrados, locales de milagros o apariciones. Para mí, peregrinar es celebrar. Tanto mi padre como mi madre murieron muy temprano, de ataque cardíaco, y quizás yo tenga propensión para eso. Por lo tanto, como puedo partir temprano de esta vida, necesito conocer lo máximo del mundo, y tener toda la alegría que merezco. Cuando murió mi madre yo me prometí alegrarme siempre que el sol naciese de nuevo cada mañana. Mirar hacia el futuro, pero nunca sacrificar el presente por causa de eso. Me acuerdo de 1986, cuando también dejé todo de lado para hacer este recorrido que terminaría por mudar mi vida.

En aquella época, mucha gente me criticó pensando que era una locura —apenas mi mujer me dio el apoyo suficiente—. La canadiense dijo que lo mismo pasó con ella y me extiende un texto que carga consigo:—Es parte de un discurso que el presidente americano Theodore Roosevelt pronunció en la Sorbonne de París, el día 23 de abril de 1910. Leo lo que está en el papel: "El crítico no cuenta absolutamente nada: todo lo que hace es apuntar un dedo acusador en el momento en que el fuerte sufre una caída, o en la hora en que quien está haciendo algo comete un error.

El verdadero crédito va para aquel que está en la arena, con el rostro sucio de polvo, sudor y sangre, luchando con coraje". El verdadero crédito va para aquel que se equivoca, pero que poco a poco va acertando, porque no existe esfuerzo sin error.


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