El sol nace a espaldas de Popocaltepec. Hemos llegado a Teotihuacan, en el Valle de México, para realizar una expedición aérea. Al amanecer, en la canastilla de un globo aerostático inflado por aire caliente, sobrevolaremos el sitio sagrado de las pirámides teotihuacanas para obtener imágenes que reflejen el manejo del paisaje que tuvieron sus pobladores originarios y para dar a conocer una joya arquitectónica.
Volamos libremente. A medida que el piloto acciona los quemadores para cambiar de altura y buscar vientos propicios, avanzamos.
Asentada en los límites de lo que fue en tiempos de los aztecas un sistema de lagos, la ciudad prehispánica abarcó más de 20 kms. cuadrados del valle –con más de 2 mil sitios residenciales, miles de estructuras y muchos templos– y se extendió fuera de la actual zona arqueológica. Debajo nuestro, la monumental Pirámide de la Luna se levanta ante la Calle de los Muertos. Flotando por los cielos teotihuacanos, desde la morada de los dioses, la armonía del paisaje y el diseño urbano se manifiestan como una visión sublime.
La ciudad de los ancestros exhala misterio, impone respeto. Un rayo solar ilumina la Pirámide del Sol formando geometrías de luz y sombra; nos elevamos sobre la Calzada de los Muertos, la canastilla parece estática. En esta mañana, a más de 100 metros de altura, vemos cómo relucen los cinco cuerpos escalonados que forman el basamento de la enigmática Pirámide de la Luna.
De acuerdo con las civilizaciones prehispánicas, los sitios sagrados eran construidos para agradar a los dioses que vivían en las alturas. Al ir rozando las nubes bajas que se evaporan al calentarse la mañana, parece confirmarse la teoría.
VEA Develando Teotihuacan




