En Panamá, el bienestar de los bebés no se ha escapado de las creencias y supersticiones que se han ido transmitiendo de generación en generación. Estos métodos preventivos o curativos se aplican para tratar distintos males y, según quienes los practican, son efectivos.
Dalys Chérigo, madre de 34 años, está convencida de que para quitarle el hipo a un bebé se le pone un cerillo detrás de la oreja o un pedazo de papel manila con un toque de saliva en la frente.
Y para evitar que el pequeño sufra del “mal de ojo” o que lo “ojeen” –que se caracteriza por una fiebre alta atribuida a la mirada fija que alguien le dedicó al niño–, hay que colocarle una pulsera roja, comenta Chérigo.
Esta pulsera es, en algunas religiones –como la judía–, reemplazada por un dije en forma de mano.
Pero Chérigo tiene una solución hasta para después de que el niño ha sido “ojeado”. “Hay que hacer una cruz en la frente, pecho y espalda del niño con la orina de la persona que lo ojeó y luego envolverlo en una camisa de esa persona”, detalla.
Silvia Marín, madre de Chérigo y de otros 11 hijos, añade que para contrarrestar el mal de ojo también se puede cortar parte del cabello de la persona que lo “ojeó” y con esas hebras tejer pulseras que se colocan en una mano y una pierna del niño.
Y para remediar el pujo –coloración que adquieren los bebés en el rostro y parte del cuerpo debido a alguna molestia interna– hay que poner al pequeño en el suelo bajo el marco de una puerta para que una señorita, en falda, pase varias veces sobre él, asegura Marín.
Otro mal que se soluciona con estos métodos es la diarrea, indica Noris Bellido, de 42 años. Ella dice que un té combinado de hojas de guanábana, marañón, limón, además de hierba de zorra, es infalible.
Las consultadas coinciden en que crecieron viendo cómo sus abuelas y madres aplicaban estos “remedios”. Generalmente, dicen, estas medidas se aplicaban más en el campo, porque antes habían pocos centros de salud y hospitales cerca, y “había que hacer algo por los niños”.

