Lo primero que te impresiona es el espacio, con sus grandes paredes rojas y una luna gigantesca al fondo, que brilla sin falso pudor sobre los comensales. Al sitio, que ocupa el antiguo espacio del Rock Café en Marbella, le han invertido más de millón y medio de dólares. El chef también es de lujo, Rubén Ortega-Vieto, a quien recordamos de La Posta.
Comenzamos con un flatbread (léase pan pita) con queso azul y uvas sin semillas; luego probamos unos chicharrones de puerco frito, que más bien eran unos tucos de puerco liso, que estaban ok; unos soft shell crabs (cangrejos de caparazón en muda) con puré de maíz dulce y aguacate con aceite de cilantro, que estaban soberbios.
Pasamos a los platos fuertes donde se destacó un lamb shank (codillo de cordero) a fuego lento con una reducción de balsámico y romero que vino acompañado, de forma interesante, de unos tucos de polenta de garbanzos y que, en mi opinión, fue el mejor plato de la noche.
Hubo unos gnocchi hechos en casa con ragú de cachete de cerdo (una exquisitez) y un atún sellado por fuera, pero rojo por dentro llamado el black and blue (que es una entrada), acompañado de ensalada de alfalfa con chips de masa de rollos de primavera y alioli de limón, que también fue muy meritorio, considerando el frescor del atún.
El chef la botó del parque con unos lingüinis muy inusuales: escargots, torreznos, hongos crimini y tomates, y ajos confitados, en una levísima salsa cremosa. Los lingüinis vinieron al dente y la combinación estuvo realmente inspirada. De postre Canelita, especie de cinnamon roll hecho en casa, con helado de queso crema, y arroz con leche brûlée. Al servicio le falta un poco, pero el sitio es el más hot de la ciudad en este momento, así que reservar es imperativo. Dixit.





