Inspirados por héroes como el capitán Scott, los científicos británicos destinados en la Antártida aún desafían las condiciones más hostiles en busca de una aventura única: descubrir los mil y un secretos del continente helado.
Avistado ya en 1603 por el almirante español Gabriel de Castilla, ese "reino de hielo", equivalente en superficie a la suma de Europa y EU, no conoció la huella del hombre hasta el siglo XIX y comienzos del XX. Exploradores legendarios como el capitán de la Armada inglesa Robert Falcon Scott desafiaron entonces temperaturas bajísimas y vientos feroces en sus expediciones a las entrañas del Antártico, perdiendo a veces la vida en tan arriesgado empeño. Casi un siglo después y en la acogedora ciudad inglesa de Cambridge, muy lejos de los inhóspitos glaciares antárticos, un centro técnico no deja de mirar a la Antártida y desarrolla gran parte de la investigación que el Reino Unido dedica a ese paraje. Se trata del reputado British Antarctic Survey (BAS), fundado en 1943, que emplea a 400 personas, posee cinco bases en la Antártida y opera dos barcos y cinco aviones en la región.
Según el profesor David Vaughan, que estudia para el BAS la variación de las placas de hielo por el cambio climático y su efecto en la subida del nivel del mar, hombres como el Scott siguen siendo una inspiración, aunque él no se considera un héroe.
"Uno piensa en lo que hicieron los primeros exploradores y no se puede competir con eso. Es inspirador, pero también da miedo pensar en lo que acometieron sólo con sus fuerzas, trineos precarios y unos perros", dice Vaughan.
El BAS no sólo organiza proyectos para sus bases en el continente blanco, sino que analiza muestras de hielo milenarias, porque, en palabras del director del centro, Chris Rapley, "para entender el futuro del planeta, hay que conocer al pasado de la Antártida".
