“Cuidado con los celos, ese monstruo de ojos verdes que desdeña la carne de la que se alimenta”, escribe William Shakespeare en Otelo (1603).
El Diccionario de la lengua española lo define como “sospecha y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra”.
Si ha estado involucrado en esta situación, no se asuste, el psicólogo Augusto Barragán señala que es una sensación normal.
Su colega, Elvia Ortega, explica que los celos surgen como producto del miedo a la pérdida, real o no, del ser amado.
Fátima, quien pidió reserva de identidad, tiene experiencia de sobra. Tiene 27 años y un lustro de estar casada con un buen hombre, salvo que es celoso. Cuando salen a la calle, es habitual que su media naranja le pregunte: “¿Te gusta ese hombre?” “¿Es mejor que yo?”
“Estoy cansada de esta situación, siempre tiene fantasías de que tengo una relación con otra persona”, anota Fátima.
El investigador español Eduardo Angulo, en su ensayo La biología estupenda, tiene una respuesta. Hay celos “por un proceso en el que los celosos comparan sus características con las del rival y, cuando creen que está por encima de ellos, se convierte en un peligro para su relación”.
Por su parte, Elvia Ortega explica que con los celos “manifiesta su miedo a perder su posesión, ya que considera suya a su pareja y no quiere que se la quiten”.
La psicóloga Maybet Pérez comenta que los celos pueden ser agradables, siempre y cuando no sea algo obsesivo, ya que así le demuestra a su compañero (a) que se interesa por él o ella.
“Esto no significa que los celos tienen que ser necesarios, pues hay distintas formas y más sanas de demostrar que te interesas por tu pareja”, dice Pérez.
Agrega que hay celosos fruto de situaciones afectivas de su infancia, cuando los padres mostraron una inclinación por un hijo por encima del otro, o porque al niño le costaba admitir que no era el centro de su clan.
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