Si la vida te da limones, haz limonada; si te da toronjas, haz dieta. O por lo menos, disfruta tu propósito de Año Nuevo durante su efímera duración con algo delicioso, sano y que no ateste la estocada final a tu pobre, anoréxico chanchito posnavideño.
Hablo, sí, de la vulgar toronja, que jamás encontrarás en ningún pasaje de la Biblia ni del Corán a pesar de su nombre científico, Citrus paradisi.
Porque la fruta del bien y el mal no era la toronja, ya que ésta, ¿quién lo diría con tal nombre? no se remonta al Pentateuco, sino que nació hace la friolera de tres siglos, en las Antillas. Su papá, el pomelo (Citrus grandis) es también el ancestro de las variedades conocidas como China, Tai e Indonesia; del vecindario de este último se cree que procede el pomelo, que se menciona, junto con la naranja, en documentos antiquísimos de la China, y dice The Oxford Companion to Food que en China se dan baños de agua de cáscara de pomelo contra el mal ojo.
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