El más conocido de los perros oriundos de Japón es el akita inu. Su nombre trae en su significado una provincia de este país en la Isla de Honshu y el sufijo común a todas las razas provenientes de la tierra del sol naciente, inu, que significa en su idioma la palabra perro. Así están el tosa inu, el shiba inu, etc.
Al igual que la mayoría de las razas caninas, su origen es incierto. Se han encontrado grabados con su imagen que datan de la época de los emperadores japoneses, pero la incertidumbre comienza cuando su evidente similitud con perros nórdicos como el siberian husky o el alaskan malamute no encuentran respaldo histórico ni climático en la participación de estas razas en la creación del primitivo akita, que en ese entonces se conocía con el nombre de perro de la providencia, traducido al Japonés, odate inu.
En cuanto a su funcionalidad, fue variando con el correr del tiempo. En sus comienzos, se lo reconoce como un perro de caza mayor, hábil para desenvolverse en las zonas montañosas y con un temple y resistencia particular, que lo hacía aptos para el enfrentamiento con osos y jabalíes, pero luego se transformó en el perro de guardia por excelencia y como otros de sus congéneres, símbolo de una nobleza que revalorizó en el entorno social, lo que ya tenían ganado con su trayectoria.
El akita inu, fue también una víctima mas de riñas de perros, ya que debido a su carácter ha sido utilizado para este fin en diversos cruzamientos, hasta que al abolirse este cruento “deporte”, se lo depura en base a líneas genéticas seleccionadas, consiguiendo la tipología que hoy lo representa.
Hay muchísimas historias que realzan la fidelidad de estos ejemplares y en lo personal puedo afirmarlo, ya que tuve el gusto de tener a mi lado uno de ellos. Son extremadamente limpios y ordenados, además de equilibrados, compañeros y con un dejo de sabiduría, propia de la cultura oriental.
No en vano, es considerado patrimonio de la cultura japonesa, una de las tantas maravillas de este milenario país.

