El 5 de febrero de 1960, las salas de cine italianas fueron testigos del sueño de Federico Fellini que marcaría un antes y un después en la historia del cine y que se convirtió en símbolo de un estilo de vida, de una ‘Dolce Vita’ romana marcada por las exhibiciones mundanas, la decadencia y los excesos.
Las paradojas de La Dolce Vita encontraron ya su expresión desde la primera oleada de reacciones y críticas, contra la supuesta “inmoralidad” de la película o su clima corrupto y que no fueron más que la confirmación del inicio de un mito.
La huella imborrable que dejó el director de Otto e mezzo o Amarcord trazó un fresco lleno de símbolos, un mosaico de estereotipos y un universo onírico que muchos buscan aún al perderse por las calles de Roma.

