El chicharrón chino

El chicharrón chino
El chicharrón chino

Una de las más simpáticas patrañas gastronómicas procede de la pluma de Lord Charles Lamb (1775-1834), Disertación sobre un cerdo asado. A continuación, reproduzco una versión extremadamente abreviada por motivos de espacio.

Mi amigo M. me tradujo un manuscrito chino, que dice que la humanidad comió carne cruda durante sus primeras 70 mil edades, mordiendo al animal vivo directamente.

Cuenta el manuscrito que el arte del asado se descubrió por accidente de esta manera. El porquerizo Ho-ti salió de su casa un día, y dejó a cargo de los cerdos a su hijo mayor, Bo-bo, que como su nombre indica no era muy brillante. El muchachote se quedó con los cerdos, jugando con el hogar, ya que a los chicos de esa edad les gusta jugar con fuego, pero se le escaparon unos tizones y cayeron sobre la paja, con tal suerte que la choza se quemó por completo.

Bo-bo apenas sí escapó con vida, pero además de quemarle la morada al padre, lo peor fue que la chancha acababa de parir ni más ni menos que nueve hermosos cochinillos, el caudal comercial de su padre, que perecieron en el fuego.

Mientras Bo-bo pensaba qué le diría a su padre, “su nariz comenzó a percibir cierto olor, nunca antes sentido. No podría ser la choza, porque no era la primera bobería de esta naturaleza que proviniera del seso de Bo-bo. De repente comenzó a salivar por culpa de este delicioso aroma, y se agachó a tocar a uno de los cochinillos, se quemó los dedos e instintivamente se los llevó a la boca. Parte de la piel del cochinillo se había desprendido con sus manos, y por primera vez en su vida, ¡probó chicharrón!

Nuevamente buscó al chanchito entre los escombros, que ya se habían enfriado, y nuevamente se chupó los dedos. Cuando el padre llegó y lo vio comiéndose el cerdo achicharrado, se espantó. ¡Qué dirán los vecinos! ¡Nos matan! ¡Nos exilian! Bo-bo lo único que alcanzaba a balbucear era: “Oh, padre, el cochinito, ven a ver qué rico sabe el cochinito quemado”.

El padre, disgustado, cogió otro cochinito para echarlo, pero igual que Bo-bo, se quemó los deditos y probó el chicharrón. Aunque trataron de ocultar el incidente, los aldeanos se percataron de que cada vez que la chancha paría, se quemaba la choza de Ho-ti. Pronto, por toda China se comenzaron a quemar las chozas. Las aseguradoras quebraron y cerraron. Finalmente, encontraron a los culpables y los llevaron ante los tribunales de Beijing. Pero el jurado solicitó que acercaran la evidencia para observarla mejor, y al no resistir el aroma del cochinillo, lo probaron. ¿El veredicto? ¡Inocentes!


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