Mi peor experimento culinario tiene que ser cuando decidí hacer hostias, sí, las de la comunión, con la plancha de mi casa y la de la vecina.
La teoría era echar un poco de engrudo (agua con harina) encima de una plancha (la superficie recta de hierro, caliente) y luego pegarle la otra plancha para hacer delgadas láminas de hostia, de esas con que también se cubren los turrones.
¿Qué iba a saber yo que la plancha de la vecinita era de vapor? ¿Cómo prever que la masacota se iba a meter por los huequitos del vapor?
Mami tuvo que comprarle una plancha nueva a la vecina y me exilaron de la cocina de al lado.
Esa noche, durante la cena, vi un esbozo de sonrisa en la cara de mi padre, que fue borrado ipso factum por una ceja arqueada de Mamita.
Más grande, cuando tuve mi propia cocina, decidí hacer fudge: estaba viviendo en Miami, y el bendito fudge les trae, allá, los mismos recuerdos que nos trae a nosotros el manjar blanco.
Para qué cansarte, con el fudge no me fue muy bien tampoco, el bicho simplemente no se comportaba como yo quería.
Ya ni recuerdo qué receta usé, pero sí que rescaté el fudge haciendo con él bolitas, luego las metí en el congelador media hora, y finalmente les espolvoreé cocoa en polvo y listo, esa noche ofrecí trufas a mis invitados.
Traigo lo de las trufas a colación porque en tres días cae san Valentín y es un lindo regalo hogareño que hacer. Las puedes rellenar de cocada, chocolate con nueces, chocolate con café (le añades a la mezcla café instantá-neo diluido en una cucharadita de agua hirviendo), y casi lo que se te antoje.
VEA Cómo templar chocolate
