El conejo, un sinónimo de España

El conejo, un sinónimo de España
El conejo, un sinónimo de España

No entiendo por qué aquí no se come más conejo, que es una fuente proteínica de fácil reproducción y baja huella de carbono. Aunque los españoles trajeron conejos a América, acá ya desde tiempos precolombinos se criaban (sí, domésticos, además de cazarlos salvajes) los cuy o conejillos de Indias (cavia) y otros roedores autóctonos, como el conejo pintado (agouti paca) y el ñeque (agouti).

Lo que me lleva a la conclusión de que la razón principal por la que no comemos más conejo, al menos aquí en el patio, es que al ser el conejo alimento de subsistencia campestre por antonomasia, al producirse la colonización del Istmo no era tenido en gran estima, siendo la carne de res considerada más apropiada para la mesa acaudalada.

Así que, paradójicamente, heredamos un montón de cosas de los españoles, pero no el conejo; porque hay una conexión: ¿Sabías que la palabra “España” proviene del conejo? ¡Oh, sí!

Resulta que los fenicios, cuando llegaron a esa península que delimita el Mediterráneo del Atlántico, la nombraron i-shepan-im, por la gran abundancia de conejos que encontraron. Y como además de grandes marinos eran buenos comerciantes y gente muy práctica y observadora, vieron que se reproducían como… ¿qué te digo? pues, como conejos, así que adoptaron la costumbre de los nativos de ir lanzando a esta proteína portátil en cuanto islote atracaban.

De esa forma, se aseguraban una fuente de carne fresca para el siguiente viaje. Tan cuantiosos y prácticos eran, que hasta traían agarraderas para transportarlos: dos orejotas enormes que, además, se desprendían con facilidad del resto del bicho.

Tan identificado quedó el conejo con la península que, durante el mandato del emperador romano Galba (d.C. 68-69), se acuñó una moneda en que aparecía la tierra de los iberoceltas con un conejo a sus pies.

El paisaje peninsular era, en el primer milenio, harto distinto del actual, claro: en vez de páramos y pastos, grandes bosques primarios de encinas y árboles similares forraban su topografía, dando cobija a las alimañas, y los íberos pronto aprendieron a cazarlos con redes y trampas, puesto que para ellos, era una alimaña que destruía sus huertas.

Los árabes no gustaban mucho de la liebre ni de su pariente el conejo, y no la tenían como alimento preferido; los etruscos sí eran aficionados al manjar y los griegos comían la liebre, ya que el conejo era nativo de Iberia.


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