Todo se inició un 24 de enero de 1848, en un lugar conocido como Coloma situado en el lejano Estado de California y en los Estados Unidos (EU). Un ciudadano de nombre James Marshall, carpintero y del también distante Estado de New Jersey, descubrió que en el fondo de una corriente de agua, que iba dirigida a un molino brillaban unas pepitas que resultaron ser de oro, o sea el estiércol del diablo, como la llamó ese gigante que se llamó Francois Marie Arouet y que usaba como seudónimo el de Voltarie, filósofo como si fuera poco además.
De tan futuro y productivo descubrimiento nada se supo de momento. Un año más tarde, el presidente de esa nación norteña, para tratar de buscar soluciones a los grandes gastos que había producido la incorporación de ese territorio, antes mencionado a su país, hizo el anuncio para tratar de despertar esperanzas a su entonces sufrido pueblo (recordemos que California originalmente era mexicana).
El discurso en el cual se refería a lo anterior, fue pronunciado por el primer mandatario nada menos como parte de su informe anual (obligatorio) ante su Congreso en pleno, las dos cámaras, senado y la de representantes. Naturalmente que no vaciló en añadir que todo lo comunicado era poco, y que había más del dorado metal en las tierras que junto a otras, también enormes se acababan de descubrir. Y es que los ríos de oro, por falta de apetito de la gente, nunca se han podido acabar.
Enseguida comenzó la gran movilización de ciudadanos hacia el nuevo y anunciado paraíso terrenal.
Al no existir ni carretera ni ferrocarril que comunicaran los extremos occidental y oriental de aquel país y por lo peligroso que era (indios, enfermedades, etc...) resultaba más rápido, menos costoso y seguro venir por barco hasta Panamá, cruzar el Istmo y seguir hacia la mencionada California por el océano Pacífico.
Y Panamá se convirtió en lugar necesario para ejecutar aquel viaje, que de otra manera exigía dar la vuelta entera a Suramérica, doblar por el cabo de Hornos, lo cual representaba hasta cuatro meses más que el tránsito por agua y el costo era superior.
Y miles de norteamericanos y muchos suramericanos, por nuestro istmo tuvieron que pasar o por lo menos arribar a sus puertos.
Y el dinero fluyó y los precios también como de costumbre se fueran a la estratosfera.
Y todo ello contribuyó a que la construcción de nuestro futuro ferrocarril transístmico, el primero en construirse en el mundo, se tuviera que acelerar.
Las compañías navieras estadounidenses, situada en los océanos Atlántico y Pacífico y que ya existían, hicieron su agosto también.
De 150 a 300 dólares que eran los costos de esas travesías eso subió a mil dólares, una barbaridad.
La ciudad de San Francisco en EU, que tenía 800 habitantes al comienzo, vio subir su población a más de 100 mil. Pero no solo la vida panameña se encareció, la norteamericana también lo tuvo que hacer.

