Lo impactante del cáncer es la manera sorpresiva con la que irrumpe la rutina, la paz y la tranquilidad de una vida.
Esa sensación de “eso no me va a pasar a mí jamás”, se ve destruida cuando algo anormal pasa en el cuerpo y la respuesta de un médico dista mucho de un simple medicamento, reposo y tratamiento.
Algo similar le sucedió a Judith Molina, una mujer que con 43 años y dos hijos, tuvo que lidiar con la desagradable noticia de padecer de cáncer.
“Todos los días me veía al espejo una protuberancia en el cuello, que fue creciendo durante todo un año. Sin embargo, no me dolía, así que decidí ir a medicina general, ya que no sabía a qué especialista acudir”, relata Judith.
Luego de un ultrasonido de tiroides, el diagnóstico fue bocio multinodular (aumento irregular de la glándula tiroides), a lo cual los médicos recomendaron hacer otros exámenes.
Los resultados fueron similares, todo apuntaba a una alteración del bocio, pero nada que indicara que iba más allá de lo que se interpretaba en los resultados.
Días después llegó a su trabajo lo que ella ha denominado su “ángel”, un doctor amigo de una compañera de trabajo, a quien le mostró los resultados de los exámenes que tenía consigo.
Este, al observarlos unos minutos, la miró y le dijo: “es mejor que esto te lo operes, y lo más pronto posible”.
Así que a los 15 días entró al quirófano para removerlo, y a los 15 días llegó a la consulta con el médico tratante.
El resultado de la biopsia fue “carcinoma papilar”; es decir, cáncer en la tiroides.
Lo cual tomó de sorpresa a Molina. “En ese momento, sentí que mi vida se acababa y lo primero que le dije al doctor fue: ‘yo no me puedo morir doctor, yo tengo dos hijos”.
El doctor le afirmó: “yo no te he dicho que te vas a morir, el tipo de cáncer que tienes se puede curar porque lo hemos detectado a tiempo”.
Para ello, le recomendaron retirar la glándula tiroides y luego seguir un tratamiento delicado y engorroso a base de yodo radioactivo.
“Estuve aislada durante tres días, mi familia no me podía visitar, pero así tenía que ser”, recuerda.
Pero no todo termina ahí, dos años después, en 2003, luego de un chequeo rutinario con su ginecólogo, Judith Molina recibe otra noticia devastadora: tenía cáncer cervicouterino in situ.
“En ese momento, pensé que el cáncer estaba regado por todo mi cuerpo, pero el doctor me explicó que una cosa no tenía que ver con la otra”. El proceso consistió en realizar una extracción del útero.
Actualmente, Judith Molina goza de buena salud y se siente feliz por haber logrado, con la ayuda de Dios como ella misma dice, salir victoriosa de la lucha contra el cáncer en dos ocasiones.

