El otro día casi me da una chiripiorca, porque compré media sandía y cuando me la fui a comer un par de días después ya estaba agria.
Las chiripiorcas por sandía, en nuestro país, no tienen nada de nuevo. En 1856 se estrenaba el ferrocarril transístmico, y ya se había descubierto oro en California.
Hay muchas anécdotas, pero solo mencionaré dos producidos por el tránsito de estadounidenses que utilizaban nuestro istmo para ir de la costa este al oeste, mejor alternativa que cruzar todo ese país lleno de indios y quedar sin cuero cabelludo. Como los norteños no contaban con el calorcito tropical, compraban sombreros ecuatorianos de toquilla, esos que se conocen como “Panama hats”.
El otro es que, como algunos yanquis trataban a todos los lugareños como basura, y encima se metían unas borracheras de antología, había no pocos roces.
El 15 de abril de ese año, cerca de la antigua estación del ferrocarril (Plaza 5 de Mayo), Jack Oliver, borracho como una cuba, le compró una tajada de sandía al panameño José Manuel Luna, y luego se negó a pagarle el real que costaba. Comenzaron a discutir, Oliver sacó un revólver y tras dispararle a un lugareño se dio a la fuga (hay varias versiones del cuento).
Hubo puño, patada, puñal y pistola, la reyerta se extendió hasta Colón y el saldo fue: muertos, 16 de ellos y 2 nuestros; heridos, 15 y 13 respectivamente. Por eso, creo, no recomiendan chupar mientras comes sandía, pero esto es un mito. Lo demuestra el recetario de hoy.
Ahora dejando el relajo, una tajada grande de sandía contiene vitamina C, licopenos y antioxidantes. Es rica en potasio, que regula las funciones del corazón y normaliza la presión vascular; es fuente de fibras, con lo que se evita el cáncer del colon y recto. Las semillas contienen cucurbocitrin, que ayuda a bajar la presión y regular la función renal, y solo tiene la mitad del azúcar que la manzana. Dos tazas de sandía contienen 80 calorías, cero grasa y colesterol.
VEA Más que una simple tajada
