Arequipa, región volcánica ubicada en los Andes peruanos, ha sorprendido al mundo arqueológico por sus descubrimientos. En sus cumbres nevadas y en sus cañones insondables, como el de Cotahuasi y el del Colca –los dos más profundos del mundo– muchas expediciones se aventuraron a mula por los abismos del cóndor para desvelar los secretos y las creencias sagradas de la mayor civilización de América precolombina: el imperio de los Incas.
A principios de septiembre de 1995, una candente lluvia de cenizas originada por la erupción del volcán Sabancaya logró retraer los hielos eternos de su coloso vecino, el nevado Ampato, “despertando” de un sueño de 500 años a una momia inca sacrificada en ofrenda a la divinidad andina.
En remotos parajes de la gran cordillera, comunidades andinas practican las ofrendas a los Apus. Aunque hoy ya no son vidas humanas, la cultura incaica aflora en tradiciones vivas, a veces sangrientas, como son el sacrificio de llamas y alpacas en busca del agradecimiento divino para mejorar la salud del rebaño.
Aventurándose en la hostil geografía altoandina, una expedición científica al mando del famoso antropólogo y montañista Johan Reinhard exploró la cumbre del Ampato en busca de viejos sacrificios.
Mientras el volcán Sabancaya erupcionaba arrojando millones de toneladas de cenizas y rocas, los expedicionarios hallaron a la Niña del Ampato.
A 6 mil 219 metros sobre el nivel del mar, en las peores condiciones climáticas y con el peligro de actividad volcánica, los investigadores pacientemente levantaron a la momia y a los objetos que formaban parte del entierro para luego iniciar un penoso y lento retorno a lomo de mula hasta la distante ciudad de Arequipa.
El arqueólogo José Antonio Chávez, miembro de aquella legendaria expedición que subió hasta las nieves eternas de los Andes para rescatar a la princesita inca de su sueño de siglos, me cuenta su historia.
“Estaba allí esperando por siglos cuando la hallamos. La Niña del Ampato, considerada la momia prehispánica en mejor estado de conservación, fue ofrendada a los Apus posiblemente a causa de la erupción del volcán Misti, alrededor del año 1446, en la época del Inca Yupanqui. En la cumbre principal del cráter Ampato (6 mil 380 m) los incas construyeron una plataforma de 14 m; allí, el sumo sacerdote realizó las ofrendas finales al Apu Ampato, enviando a través de este las solicitudes de su pueblo al Inti, el dios Sol”.
La Niña del Ampato ha arrojado luz sobre muchos enigmas de la civilización andina. Gracias a este espectacular descubrimiento y a la labor incansable de los arqueólogos y restauradores de la Universidad Católica Santa María de Arequipa, miles de estudiantes y visitantes han logrado entender un poco más sobre la compleja cosmovisión de los incas.
Después de varios años de investigaciones, auspiciadas por la Universidad Católica Santa María de Arequipa y por la National Geographic Society, La Niña del Ampato es actualmente conservada, estudiada y exhibida en el Museo del Proyecto Santuarios de Altura del Sur Andino de la ciudad de Arequipa.

