Muchos dicen haber inventado el sorbete; la verdad es que desde el período paleolítico hay evidencias de que, una vez que el hombre comenzó a construir sus casas, aprendió a preservar sus alimentos perecibles en frío, bien en cavernas o en huecos cavados en la tierra.
La pesca del Rin y del Báltico llegaba a los mercados de la antigua Roma en cestas repelladas con hielo o nieve y recubiertas con pieles de animales. De Nerón se dice que daba a sus invitados una mezcla de frutas majadas con hielo y miel —el primer sorbete del que tenemos evidencia escrita.
Séneca reprochaba a sus conciudadanos por gastar tanto dinero y esfuerzo para procurar estos postres helados, e Hipócrates mucho antes había indicado que las bebidas heladas generaban flujos estomacales (malos, supongo).
Muchos pueblos fueron capaces de “inventar” las bebidas heladas, o de añadir hielo a las frutas o sus zumos; por ejemplo, los toltecas lo hacían mucho antes de que los europeos pisaran nuestro continente.
Hay quienes dicen que Marco Polo trajo el helado de la China, lo comprobable es que los chinos inventaron una máquina para hacer sorbetes y helados.
Mientras que los sicilianos habían aprendido lo del sorbete de los árabes y tomaron del árabe el nombre del sorbete.
En árabe, sharâb era el término clásico para las bebidas endulzadas (de ahí viene nuestro “sirope”).
Sin embargo, durante el medioevo tardío la palabra adquirió su significado actual de “bebida alcohólica”, haciendo necesario acuñar otro término para las bebidas endulzadas no alcohólicas, que pasaron a llamarse sharbât.

