CAÍDA I A las 7:45 a.m. del jueves, mi hija Gretel Irene se cayó.Fui a ver el por qué de los gritos desaforados, y no me preocupé mucho; Gretel tiene unos pulmones excelentes y los pone en uso por cualquier cosa. Mi estrés comenzó cuando vi la sangre. Mi esposo Jorge, experto en cortadas, ya se había ido a trabajar, así que entre Mili (la nana) y yo vimos la pequeña herida en la quijada, paramos la sangre y consentimos a la niña. Pensé que hasta allí había llegado todo. Pero algo me molestaba... Como a las 11 a.m. le conté a Jorge sobre la herida, y fue a la casa a verla —no medía más de un centímetro— la agarró, me pasó a buscar a la oficina al hospital partimos. Todo el camino refunfuñé: que si era un exagerado, que íbamos a perder tiempo... para hacer el cuento corto, llegamos a urgencias. La vio una pediatra y dijo enseguida que necesitaba puntos. Palidecí. Me invadió el remordimiento. ¿Por qué no me di cuenta que la brecha era profunda?
COSIDA I No llegaba el doctor y yo debía volver al trabajo. Atinadamente llegaron mis suegros al hospital —expertos después de todas las peripecias que pasaron con su hijo mayor— y yo me fui justo cuando enchumbaban a Gretel para coserle cuatro puntos. No pude ver cómo le clavaban la aguja en la quijada, pero por el teléfono oí los gritos. ¡Mi gorda estaba histérica!En la oficina me pegó el asunto y casi lloro. Hasta que me dieron un consejo muy sabio: si por cada caída, brecha o golpe de mis cinco hijos me preocupaba, me iba a dar un colapso nervioso. Y tienen razón. En este caso no la pegué y la niña sí necesitaba ayuda médica, pero decidí no sentirme culpable. Y sé que este es sólo el comienzo de muchos golpes más.
