Desde que el mundo es mundo la gente ha buscado comprar cosas que reúnan lo que en castellano hemos llamado siempre “las tres bes”, es decir, algo bueno, bonito y barato; es una aspiración lógica, porque a todos nos gusta hacer eso que conocemos como “comprar bien”, que es un arte que no está al alcance de todos los mortales.
Un arte que requiere no pocas habilidades, entre ellas la del regateo, que a uno se le ha dado siempre muy mal, probablemente porque le da bastante vergüenza hacerlo, por mucho que sepa que hay lugares en los que lo que se espera del cliente es justamente eso, que discuta el precio con el vendedor, lo que, si ambos son hábiles, les permite hacer un buen negocio para las dos partes.
“Buena relación calidad-precio” y “barato” son sinónimos... cuando no tienen por qué serlo.
En Madrid, me fui a una tienda especializada en bacalao, que suele tener un género magnífico. Compré unos lomos de excelente bacalao y los pagué a 20 euros el kilo. Esa misma tarde, en la televisión, vi cómo una cadena de hipermercados anunciaba su bacalao... a menos de seis euros el kilo.
Aun reconociendo que los precios de una tienda especializada y elegante son siempre más elevados que los de una gran superficie, la diferencia es llamativa.
En ningún momento se me pasó por la cabeza ir a comprar ese segundo bacalao... pese a su estupenda relación calidad-precio, en la que desde luego no creo. Tengo claro que ese bacalao es mucho más barato que el otro, pero estoy seguro de que la calidad de uno y otro no tiene nada que ver.
¿Existe algún caviar cuya relación calidad-precio sea satisfactoria? Sin duda: pero que nadie espere que, si es caviar de verdad, sea barato. Simplemente, vale lo que cuesta, que es de lo que se trata. Aunque acepte que cueste lo que vale.
