A todas luces, si te hablan de "la versión beta" de un producto, se refiere a la versión inicial, de prueba; esta es la connotación de nuestra era de la tecnología.
Sin embargo, la Beta vulgaris no tiene nada de fallida, ni de vulgar. Se trata de aquella planta de hojas nobles y raíz redonda, hermosa, que conocemos como remolacha, acelga blanca, betarava, betarraga, beterava, beterraga, y betabel, y pertenece a la familia de las Amarantáceas.
No solo debe su nobleza al hecho de que tanto hoja como raíz es comestible, sino que fue materia prima durante muchos años para la producción de azúcar en sus tierras oriundas, desde la península escandinava, bajando por toda Europa, esparcida al oeste hasta las islas británicas y hacia el este hasta territorio ruso, llegando al sur, cuando el azúcar de caña era producto desconocido por la mayoría de los europeos.
La remolacha es el ingrediente clave de nuestra "ensalada de feria", aunque dificulto que el 90% de los panameños la haya visto jamás. Y es que la remolacha nunca ha dado resultados óptimos en nuestras tierras, por lo que los cocineros impacientes prefieren abrir una lata y añadirla a la tradicional ensalada de papas rosada.
No obstante, muchos descendientes de las regiones de centro y oriente de Europa sí que están familiarizados con el uso de la remolacha, bien en sopas (salta a la mente el borscht ruso, frío o caliente); o encurtidas, como las hacía mi abuelita checa.
También recuerdo mi primer encuentro con la remolacha como vehículo de placer, y no de tortura: la gelatina de remolacha que en mi lejana infancia probé en la Pensión Marilós, en Boquete. Extraño e inolvidable deleite.
VeaRemolacha, sabor comprobado
