El síndrome de Caín

Mucho Caín a la vista. Hay que destruir al hermano, como en el relato bíblico.

La codicia, el egoísmo, la mezquindad, la ira y la hostilidad se travisten de Caín.

El país ha sido repoblado. La bola pica y se extiende. Mira hacia el frente, hasta donde se pierde el horizonte, y allí lo encontrarás. Lo tienes colgado en la espalda: puede ser.

Crece Caín, con paso seguro, y si lo apadrinamos, se convertirá en una nube de langostas. Será el fin de nuestros sueños y esperanzas.

País de inequidades, mitad Holanda y mitad Haití, terreno fértil para sus hazañas.

No desaprovecha su ocasión. Se le demanda que cuide estas ovejas que surcaron la senda alterna y que no les escatime afecto; sin embargo, se transmuta en bestia dispuesta a descender al infierno, sin palacios, con cuerpos humeantes, y encontrarse con Lucifer. La divina comedia.

Dios alabó al pastor de ovejas Abel, garantiza La Biblia, y al labrador Caín se le descompuso el rostro. El pecado estaba acechando como hiena. También en Tocumen.

Sin razón, aunque sí con la causa de la envidia, lo sacó de su hábitat y se le abalanzó.

La vida es el arte del encuentro y, ante él, existen las opciones del amor, el odio o la indiferencia. Caín adquiere la número dos y actúa. Es fácil reconocerlo: su ambición le lleva a aupar el infierno de Tocumen: “Muéranse”. Que nadie desluzca el espectáculo.

Estuvo presente en la adquisición del autobús de la tragedia de La Cresta ­fue agente público y también privado­ y en la resistencia a que el vehículo se mantuviese rodando, a pesar de todas las señales en contra; en el suministro del glicol de dietileno (industrial) para la Caja de Seguro Social.

No obstante, las advertencias tempranas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ante las mafias proveedoras de espurias materias medicamentosas.

Caín ­y Caína, por aquello del género­ muestra su rostro en la paradisiaca Bocas del Toro en pleno oba-oba del Campeonato Mundial de Fútbol. Si son indios y además borrachos, para Caín son mejor carne de cañón y perdigón en el ojo. En su orgía, a machetazo destaza el brazo de su amor, Martina. Cuerpo e ilusiones rotas.

Se apertrecha de su camión, autobús o 4x4 y se enseñorea contra aquello que se mueva en la calle. Sale la bestia a pasear. En su morada de Houston, a Adán Ríos, médico emérito, arredra este violento comportamiento.

Es el odio al hermano, en todo su esplendor. Lo expresa la violencia, el rencor, la culpa, dolores antiguos y hasta ajenos. El carácter animal, latente y el reprimido aflora. Se cuadricula el territorio y salta la bestia.

El psicólogo Charles Baudouin, francés, acuñó la frase síndrome de Caín, representación del odio al hermano, como define el odio al padre el Complejo de Edipo, el mito prototípico de la tragedia griega.

Si la codicia y la estructura mental sadomasoquista siguen dominando, como ocurre con pueblos enteros que humillan a otros, los condenan, los desalojan, los exterminan, entonces estamos perdidos.

La educación, el entrenamiento y la tecnología de nada servirán si no desalojamos al Caín que se ha instalado en el país. Piensen en el infierno que construyó en Tocumen y en sus víctimas.


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